Si algo caracteriza la campaña electoral permanente en la que estamos metidos es la crispación. Es lo que piensa la inmensa mayoría de los españoles -un 87%- y señalan sin dudar a los causantes: los políticos y los partidos políticos, secundados por los medios de comunicación. Esta crispación busca provocar la indignatitis identitaria, intentando que lo que es diversidad social se reduzca a recalcar lo que nos separa del resto y provocar el enfrentamiento.
La crispación está llegando a niveles insoportables. Pero a pesar de que somos conscientes que esto no nos lleva a nada, al menos a nada bueno, no acabamos de encontrar la salida de esta ratonera.

¿La solución es votar? Con la crispación se intenta ponernos en la tesitura de votar –pero no elegir- a aquéllos a quienes otros han colocado a dedo a la cabeza de listas cerradas y bloqueadas, de modo que otorguemos patente de corso para el saqueo de los bienes públicos a manos de los ganadores… “porque los contrarios son peores que ellos”.
Más allá de las urnas
Una democracia que se reduce a votar cada cuatro años, y más con el sistema electoral y de partidos políticos que tenemos, es una democracia muy imperfecta. Pero es que además las cuestiones realmente importantes y las reformas profundas necesarias no se resuelven dentro del periodo que va de unas elecciones a las siguientes. Veamos algunos ejemplos.
Todos los años se crea una gran debate en torno a la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado o de la Comunidad Autónoma de turno. Parece que nos va en ello el porvenir económico y social del país, a juzgar por la batalla que se abre. Pero la realidad es que la mayor parte de esos Presupuestos, tanto en ingresos como en gastos, están ya prefijados por la propia dinámica fiscal y de gastos sociales. Los variaciones posibles están en partidas marginales que, eso sí, sirven para que el Gobierno de turno vaya chalaneando con partidos minoritarios la compra de sus votos y conseguir la aprobación de los Presupuestos; como si fuera un gran triunfo, de cuyos efectos reales nunca acabamos de enterarnos. Cuando los Presupuestos de un año se prorrogan al siguiente por falta de acuerdo, ¿realmente importa?
Un segundo ejemplo es que parece que lo único que se debate hoy en día es el tamaño del sector público, aunque lo importante es que sea eficaz, eficiente y al servicio real de la ciudadanía. Cualquier formación política que prometa que en los cuatro años de su mandato electoral va a transformar la Administración Pública sencillamente miente. Nos recordaba hace pocos días Rafael Jiménez Asensio que no puede haber buen Gobierno sin buena Administración, y cómo esto no se consigue de la noche a la mañana y menos sin voluntad política real.
El ejercicio de votar, faltando otros elementos esenciales, se reduce a puro marketing, beneficioso únicamente para quien ha ganado las elecciones y se hace con el botín correspondiente.
Dejo para otro día el análisis de la publicidad con que los gobiernos de turno trata de demostrar sus logros, basándose en datos sin contrastar, algoritmos imposibles de examinar o informaciones que se niega a suministrar.
Entonces, ¿qué nos queda?
Hace unos años conocí a un norteamericano nacido en Iowa (USA), en la América profunda, y afincado en España. Le sorprendía la costumbre arraigada en España que cuando alguien tenía un problema se remitía a la “autoridad competente” para pedir una solución. En Estados Unidos, me decía, cuando alguien tiene un problema trata de solucionarlo por sus propios medios. En su defecto, pide ayuda al vecindario cercano o en el seno de su comunidad o localidad. Sólo cuando lo anterior no ha funcionado, se dirige al gobierno de su Estado o al gobierno federal.
No todos los usos y costumbres norteamericanos son dignos de imitación (creo que no hace falta entrar en detalles), pero tomar la iniciativa antes de esperar una solución venida de las alturas me parece algo que deberíamos practicar más.
Pero además de tomar la iniciativa, solemos fallar en dar el siguiente paso esencial: llegar a acuerdos entre sectores de población e intereses diversos. No es imposible, aunque esto suponga tiempo y tener la voluntad de llegar a puntos comunes más allá de nuestra realidad inmediata. Son los nuevos contratos sociales que plantea Minouche Shafik en su libro Lo que nos debemos unos a otros. Un nuevo contrato social. Avanzaremos hacia una sociedad más libre y a la vez más fuerte, que controle al Leviatán del Estado.
Cuando existan partidos políticos que no sean meras herramientas de marketing electoral o vías para acaparar cargos públicos, habremos empezado a entrar en un régimen democrático más saneado.
Hasta entonces es mejor dedicarnos desde la sociedad civil a ir construyendo iniciativas que tiendan puentes entre las personas.
El próximo post dentro de dos martes, el 7 febrero 2023
Cuán largo me lo fiais, Amigo José Ignacio
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