Las familias vulnerables ante la ciber-burocracia

Hace días hemos asistido a la trifulca entre Mónica García -portavoz de Mas Madrid en la Asamblea Regional- y Enrique Ossorio, mano derecha de la Presidenta Díaz Ayuso. García acusó a Ossorio de cobrar los 195 euros en pago anual del bono social térmico supuestamente dedicado a familias “vulnerables”, circunstancia a todas luces no aplicable a la situación personal de Ossorio. El escándalo surgió al descubrirse que la familia de Mónica García también percibía el mismo bono social, que tampoco podría calificarse de “vulnerable”.

No dedicaré tiempo a detallar lo que es el bono eléctrico, el bono térmico y otras “ayudas” que el gobierno de turno despliega a modo de populismo limosnero. Pero la cuestión es por qué la mayoría de los supuestos hogares destinatarios no logran captar tales ayudas mientras que quienes no lo necesitan sí las perciben.

Ciber-secretismo

Buena parte de los procedimientos para asignar las ayudas se basan en oscuros criterios –algoritmo es la palabra- que las Administraciones Públicas se niegan a desvelar a pesar de la cacareada transparencia. Como señala la Fundación Civio «que se nos regule mediante código fuente o algoritmos secretos es algo que jamás debe permitirse en un Estado social, democrático y de Derecho». Algo que ya denunció Lawrence Lessig en su libro El código 2.0, que la editorial española ofrece descargar gratuitamente. La Administración online en vez de una ayuda se convierte en una barrera: “cada vez más procesos exigen trámites online, incluso convocatorias de ayudas sociales para personas desfavorecidas”.

Para estas personas el solo hecho de presentar la solicitud se convierte en una lucha imposible, ante una ventanilla que siempre encuentran cerrada.

¿Quién consigue las ayudas?

El resultado es desolador.

En los años 90 una serie de Comunidades Autónomas (CCAA) lanzaron programas contra la pobreza, basados en la Renta Mínima de Inserción (RMI). Un análisis llevado a cabo diez años después y recogido en la Revista del Instituto Nacional de Administración Pública concluía que “en una buena parte de las Comunidades Autónomas, la RMI existe principalmente sobre el papel con un desarrollo casi inexistente”.

Desde entonces las CCAA han ido reduciendo sus programas aprovechando la aparición del Ingreso Mínimo Vital (IMV) lanzado por el gobierno central: “muchas Comunidades han desmantelado o están desmantelando su sistema de protección a las personas y familias en situaciones de exclusión social. Porque el IMV trata de aliviar situaciones de pobreza, aunque por su cuantía, resulta a todas luces insuficiente”, como denuncia la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales.

Respecto al IMV la AIReF, organismo oficial que vela por la sostenibilidad de las finanzas públicas, señala que en el mejor de los casos sólo conseguiría cubrir el 60% de los hogares en riesgo de pobreza. A 31 de diciembre de 2021, sólo había llegado al 40% de sus beneficiarios potenciales. A pesar de un número elevado de solicitudes un porcentaje muy alto resultaron rechazadas. La pesadilla del papeleo burocrático ha sido motivo preponderante del rechazo de solicitudes, esto en familias que precisamente son las que cuentan con escasos recursos. Pero quienes pudieron reclamar en los tribunales esos rechazos, ganaron en el 42% de las veces. Además, el 57% de los posibles beneficiarios ni siquiera lo habían solicitado.

Por eso los propios funcionarios de la Seguridad Social han denunciado como caótica la gestión del IMV, que se ha intentado paliar echando mano de interinos u ONGs.

Casi mejor que no me ayude

A este panorama se añade los por desgracia habituales retrasos en la concesión de ayudas de cualquier tipo. La razón más importante suele ser la fallida colaboración entre gobierno central -que fija las políticas, los criterios y los fondos- y las Comunidades Autónomas que ejecutan la distribución. Uno y otras se echan mutuamente la culpa, pero en casos como la Atención a la Dependencia o los más de dos meses y medio esperando cobrar la baja por paternidad, por el colapso de la Seguridad social, la situación puede ser dramática.

De la imposible cita previa a las cuasi-mafias

El abogado gallego Diego Gómez Fernández lleva meses luchando por abolir la cita previa obligatoria ante las Administraciones Públicas, objetivo ya conseguido en Galicia y otras CCAA. Pero en la Administración Central y la mayoría de las CCAA la pesadilla de el mero hecho de conseguir la ansiada ha provocado la aparición de una especia de reventa ilegal de citas previas. Como recoge el diario El País “conseguir que un funcionario te reciba para revisar la pensión se cotiza a 50 euros, lograr la cita para pedir asilo llega a 200 euros. Es un negocio clandestino a medias: la Administración sabe perfectamente que existe”.

¿Qué van a hacer los partidos políticos? A más de uno se le va a congelar en la mano la papeleta de voto de las próximas elecciones.

El próximo post dentro de dos martes, el 4 abril 2023

Anuncio publicitario

De la denuncia al cambio

Recientemente asistí a un acto que denunciaba la criminal actuación de las entidades públicas y privadas en las residencias de mayores durante la fase más aguda del coronavirus, en particular en la Comunidad de Madrid. Miles de residentes murieron dejados a su suerte, aislados, sin la menor atención médica y separados de sus seres queridos. (Todo el acto puede visionarse aquí)

Los distintos ponentes del acto detallaron los protocolos de (des)atención a los mayores, las trabas a las familias para intervenir en la situación, la discriminación a los mayores para su hospitalización y, sobre todo, la ocultación de procedimientos, las actuaciones erráticas y las triquiñuelas para eludir responsabilidades.

Qué se ha hecho desde entonces

Los familiares de las víctimas han presentado innumerables demandas ante los tribunales ordinarios, que han chocado con la ley del silencio en las instancias públicas y privadas y la argumentación de que se trataba de “circunstancias excepcionales” que exculpaban a unos y otros. Pero en ningún caso los tribunales han querido entrar al fondo del asunto y analizar cómo la maraña público-privada de gestión de las residencias y su [falta de] atención sanitaria provocaron semejante mortandad. La comparación de los datos entre Comunidades Autónomas y maneras de abordar el problema muestran que en la Comunidad de Madrid se podría haber evitado gran parte de ese sufrimiento si la actuación hubiera sido otra. Pero se prefirió dar la espalda a la cuestión.

¿Resignados a denunciar… y a la impotencia?

Actos como el que comento tienen un valor indudable para recordar lo que pasó y cómo siguen sin ponerse los medios para que estas situaciones no vuelvan a repetirse. Pero yo saqué la impresión de que los que intervinieron pensaban que era todo lo que se podía hacer. Como dijo uno de los ponentes “una vez que [la cuestión] está en los tribunales poco más se puede hacer (7’50”).

Reconozco que me sorprendió este último comentario, cuando en España la confianza en la Justicia recibe una nota de 4,78 -en una escala de uno a diez- según una encuesta del CIS de octubre pasado (P.4). Si la escala hubiera sido de 0 a 10 las valoraciones hubieran sido aún peores. El triste “consuelo” es que otras instituciones obtienen notas más bajas: Parlamento español 4,28; medios de comunicación 4,24; Gobierno de España 4,04; partidos políticos 3,70; sindicatos 3,66.

Superar el “no se puede hacer nada”

Cuando se denuncia una actuación equivocada o criminal de los poderes públicos, el obstáculo principal no es que se nos rebata la acusación sino que se siembra el desánimo y la sensación de que es imposible actuar: “Sí tenéis razón, pero no se puede hacer nada que sirva para cambiar las cosas”. En idéntico sentido, suele achacarse amargamente a otros sectores de la sociedad la falta de apoyo. Así en otra de las intervenciones del acto aludido se incluían expresiones como, “la sociedad miró para otro lado” (2’58”) “porque a nadie le importa” (4’05”) “se le puede echar en cara a la sociedad que está aguantando y aprobando esto” (6’38”).

¿Se convierte el malestar en voto?

A las puertas de las próximas rondas electorales parecería lógico esperar que el malestar social se transformara en una orientación del voto que hiciera cambiar las cosas, o al menos al partido político que coloniza en cada caso los gobiernos.

Hay dos razones por las cuales esto no va a ser así. La primera es que los movimientos de protesta de los últimos años se han desarrollado siendo incapaces de crear alianzas más amplias con otros sectores sociales. No se trata de pedir la solidaridad de los demás sino encontrar las bases comunes entre unos y otros. Pero la realidad es que nuestras sociedades están cada vez más polarizadas y enfrentadas, con una errónea estrategia de los grupos “progresistas” de basar su actuación en el juego de las identidades: de género, de nacionalidad, de lengua materna, de orientación sexual, de edad, etc.

La segunda razón tiene que ver con el sistema político-electoral. La capacidad de los electores para supervisar a los gobiernos respectivos y pedirles cuentas de su actuación se va deteriorando a lo largo de los últimos años. La ciudadanía no tiene forma de influir en lo que hacen los gobiernos si se mantiene el sistema electoral partitocrático (el “ganador” se lo lleva todo y coloca en puestos de la Administración Pública a la camarilla de fieles al líder) y los mecanismos de supervisión y fiscalización sufren una erosión continuada.

El camino para el cambio auténtico

No es una cuestión de a quién votar sino da cambiar las reglas de juego. Por desgracia ningún partido político de la España actual va más allá de ser una simple maquinaria electoral.

Pero sólo construyendo contratos sociales entre distintos segmentos sociales, trascendiendo las miopías identitarias, podremos comenzar sobre bases sólidas.

El próximo post dentro de dos martes, el 21 marzo 2023

¿Una guerra entre generaciones?

Unos cuantos mensajes tóxicos

Si damos crédito a algunas pseudo-noticias de los medios de comunicación parece que se ha desatado la guerra entre jóvenes y mayores.

Por un lado la generación de los mayores estaría acumulando la riqueza del país, viviendo tan ricamente con una pensión blindada y pasando a la sociedad una factura cada vez mayor en cuidados de larga duración… en vez de morirse antes, como sucedía antiguamente.

Porque además lo que han cotizado para su jubilación no cubre ni mucho menos lo que después van cobrando durante cada vez más años. Y así en la “hucha de las pensiones” no quedaría ni un céntimo para la jubilación de los que vinieran detrás, como si se tratara de una especie de estafa piramidal.

Todo ello estaría agravado por la inminente jubilación de la generación del “baby boom”, es decir los nacidos entre 1946 y 1964, tras la Segunda Guerra Mundial. En España, en realidad este boom correspondería a los nacidos entre 1957 y 1977, unos de diez años después.

Por otro lado los jóvenes actuales -que encima cada vez son menos- parecería que tienen alergia al trabajo, o como mucho sólo lo aceptan si es tele-trabajo, son quejicas y ni-nis, sólo pensando en salir de fiesta, además de acumular un fracaso escolar creciente.

¿Un problema de natalidad?

Nos llevan asustando con una supuesta crisis de natalidad, en particular en nuestro país. Pero la realidad es que, aunque nacen menos niños ello están compensado por una drástica reducción de la mortalidad infantil y una inversión social creciente en la infancia y juventud, lo que brinda unas generaciones con mejor preparación y productividad, lo que supondría una mayor capacidad en sostener en el futuro a las generaciones mayores. No me extenderé en otras falacias sobre la dinámica poblacional, ya que el demógrafo Julio Pérez Díaz entrevistado recientemente en RNE hace una clara y magistral exposición, entrevista que recomiendo y que puede también escucharse directamente aquí, a partir del minuto 16:50.

¿Insolidaridad entre generaciones?

Aunque se pretenda presentar que el beneficio de una generación iría en detrimento de la otra, en realidad los estudios de la llamada economía generacional (proyecto National Transfer Accounts, NTA, de Naciones Unidas) presentan un panorama bien distinto.

A nivel global del país las transferencias monetarias entre generaciones presentan un flujo constante, en particular desde los segmentos en edad laboral -más o menos entre los 25 y los 65 años- hacia las generaciones jóvenes (cuidados personales y formación) y hacia las de los mayores (pensiones y cuidados de salud).

Y en las relaciones dentro de una misma familia el apoyo económico de muchos pensionistas hacia sus descendientes son de sombra conocidos y documentados. Pero hay más: los servicios personales, hacia los nietos o hacia los mayores necesitados de cuidados, son transferencias que no aparecen en la contabilidad nacional ni en el PIB pero que son una realidad cotidiana, ejercida en su mayoría por las mujeres.

¿Nos salen las cuentas a nivel de país?

Se dice cada vez más que la “hucha de las pensiones” se está agotando, debido al incremento en tiempo y cuantía de las mismas, y que ese coste no está cubierto por las cotizaciones correspondientes. Esta tercera falacia oculta que hay pensiones no contributivas cuyos perceptores han aportado a la sociedad y a su núcleo familiar durante muchos años un trabajo no mercantil y por tanto no reconocido oficialmente y que no ha “cotizado” para su futuro. Si creemos que la pensión ha de estar vinculada a la cotización estamos cometiendo una grave injusticia hacia estas persona, nuevamente en su mayoría mujeres.

Un mercado de trabajo que expulsa a los mayores y maltrata a los jóvenes

Pero podría suceder que las cuentas globales de contribuciones y gastos entre los distintos segmentos de edad empiecen a no cuadrar, debido a la creciente inversión hacia jóvenes y mayores, pero contando con una población en edad laboral comparativamente menor.

Como señala un estudio reciente del Banco de España, buena parte del aumento del gasto de pensiones en el futuro podría ser compensado si la tasa de empleo se elevara hasta alcanzar el nivel que dicha tasa registra en Alemania. ¿Es posible?

La realidad es que nuestro mercado de trabajo expulsa sistemáticamente a un número sustancial de trabajadores mayores, por medio de EREs que incluyen a quienes han cumplido 52 ó 53 años o con cláusulas de jubilación forzosa, de modo que la tasa de empleo de los senior baja año tras año.

¿Y los jóvenes? La tasa de desempleo juvenil española sigue siendo la peor a nivel europeo y los empleos de la mayoría de los jóvenes presentan unos niveles de precariedad vergonzosos.

Lejos del enfrentamiento, unos y otros son víctimas de un sistema que la profesora Albena Azmanova ha retratado como el capitalismo de la precariedad.

El próximo post dentro de dos martes, el 7 marzo 2023

Redes (a)sociales y medios de (in)comunicación

Cómo mueren las plataformas sociales

En un reciente artículo que ha tenido una gran repercusión en la ciber-prensa el periodista Cory Doctorow describía así este proceso que él mismo llamaba de “enmierdación” de las plataformas o redes sociales. Cómo de ser útiles para los usuarios de las redes se transforman en puro negocio de empresas comerciales que abusan de esos usuarios, para finalmente acaparar todo el valor generado en beneficio propio, incluso a costa de estas mismas empresas. Entonces terminan por morir.

“Cuando van pasando de, originalmente, ser buenas para sus usuarios, a abusar de sus usuarios para mejorar su propuesta de valor para sus clientes comerciales, para después terminar abusando de esos clientes comerciales para capturar todo el valor para ellos mismos, momento en el que mueren.”

Pluralistic: Tiktok’s enshittification (21 Jan 2023)

Explotación comercial… y política

El caso más famoso de explotación de los usuarios de una red social lo protagonizó Cambridge Analytica. Esta empresa británica de minería y análisis de datos recopilaba, analizaba y utilizaba en beneficio de campañas electorales los datos de los usuarios de la red Facebook, sin el permiso de éstos. Su cerebro, Christopher Wylie, reveló el papel crucial de la empresa en las victorias de Donald Trump y el Brexit en 2016, como ha detallado en su reciente libro: Mindf*ck. Cambridge Analytica. La trama para desestabilizar el mundo.

El último ejemplo de explotación de los usuarios de una red social es el caso de TikTok, que añade a lo anterior el espionaje a gran escala en favor del gobierno chino.

El atracón de (pseudo)información mata nuestra capacidad de atención

Pero las redes sociales impactan también negativamente en nuestras capacidades de fijar la atención y profundizar en cuestiones relevantes. La catarata de (pseudo)contenidos informativos a la que estamos diariamente sometidos por parte de las redes sociales, pero también de los modernos medios de comunicación, provoca que nuestra atención en cada tema sea cada vez más volátil y menos duradera.

Un grupo de investigadores comprobaron que en el año 2013 en Twitter un tema se mantenía entre los cincuenta más comentados sólo durante 17,5 horas. Tres años después la cifra había bajado hasta 11,9 horas. Los temas vienen y van y nuestra atención vuela de uno al siguiente de forma acelerada. Con el paso del tiempo, nos concentramos cada vez menos en cada tema. Se da una tendencia a la aceleración. Cada tópico tarda menos en alcanzar un pico de popularidad, y después cae más rápidamente aún. Cuanta más información se recibe menos tiempo tenemos para concentrarnos en un elemento informativo particular.

Otros estudios han comprobado que cuando se produce un aumento del volumen de informaciones que nos llegan, como por ejemplo al utilizar técnicas de lectura rápida, es menos probable que seamos capaces de asimilar cuestiones complejas o difíciles. De esa forma nos decantamos cada vez más hacia afirmaciones y planteamientos simplistas, eliminando los matices. Es una experiencia a la que los medios de (in)comunicación nos tienen sometidos diariamente, en particular en televisión.

Si pasamos el tiempo alternando de un tema al siguiente nuestra comprensión se hará más lenta, cometeremos más errores, nuestra creatividad será menor y recordaremos menos lo que hacemos, como expone el periodista Johann Hari en su libro El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla.

Las redes sociales (realidad ficticia) nos sustrae del mundo real

La conexión entre personas a través de internet y otros medios de comunicación ayuda a mantener nuestra red de relaciones, pero siempre que sea efectivamente eso: conexión entre personas. Pero cuando lo que encontramos en las redes no son personas sino “avatares”, mensajes estereotipados, marketing corporativo o de individuos, “influencers”, etc. no entramos en relación con nadie sino con pseudo-contenidos que nos sacan de nuestra realidad, del mundo real.

Lo irónico es que quienes se enriquecen diseñando y explotando esos medios son los que más evitan caer en las trampas en las que los propios medios nos colocan. Son la nueva clase dirigente que está por encima de la masa ciber-conectada, pero desconectada en el mundo real. Muy ilustrativa y comentada fue la fotografía que el propio Mark Zuckerberg publicó, en la que junto a una muchedumbre de personas enganchadas por gafas de realidad virtual, él era la única persona que habitaba la única realidad auténtica fuera de la red social dirigida por él mismo.

Sólo la conexión entre personas reales, con sus inconvenientes pero también que sus ventajas incuestionables, nos hará superar esa tela de araña en la que nos quieren hacer vivir un sueño -que no una realidad- por muy agradable y a nuestra medida que sea el sueño en el que nos sumimos. Seguro que ese esfuerzo traerá recompensas inesperadas. La primera de ellas, mejorar nuestra capacidad de atención y de comprensión de la complejidad de las cosas y las personas.

El próximo post dentro de dos martes, el 21 febrero 2023

Fatiga de crispación

Si algo caracteriza la campaña electoral permanente en la que estamos metidos es la crispación. Es lo que piensa la inmensa mayoría de los españoles -un 87%- y señalan sin dudar a los causantes: los políticos y los partidos políticos, secundados por los medios de comunicación. Esta crispación busca provocar la indignatitis identitaria, intentando que lo que es diversidad social se reduzca a recalcar lo que nos separa del resto y provocar el enfrentamiento.

La crispación está llegando a niveles insoportables. Pero a pesar de que somos conscientes que esto no nos lleva a nada, al menos a nada bueno, no acabamos de encontrar la salida de esta ratonera.

¿La solución es votar? Con la crispación se intenta ponernos en la tesitura de votar –pero no elegir- a aquéllos a quienes otros han colocado a dedo a la cabeza de listas cerradas y bloqueadas, de modo que otorguemos patente de corso para el saqueo de los bienes públicos a manos de los ganadores… “porque los contrarios son peores que ellos”.

Más allá de las urnas

Una democracia que se reduce a votar cada cuatro años, y más con el sistema electoral y de partidos políticos que tenemos, es una democracia muy imperfecta. Pero es que además las cuestiones realmente importantes y las reformas profundas necesarias no se resuelven dentro del periodo que va de unas elecciones a las siguientes. Veamos algunos ejemplos.

Todos los años se crea una gran debate en torno a la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado o de la Comunidad Autónoma de turno. Parece que nos va en ello el porvenir económico y social del país, a juzgar por la batalla que se abre. Pero la realidad es que la mayor parte de esos Presupuestos, tanto en ingresos como en gastos, están ya prefijados por la propia dinámica fiscal y de gastos sociales. Los variaciones posibles están en partidas marginales que, eso sí, sirven para que el Gobierno de turno vaya chalaneando con partidos minoritarios la compra de sus votos y conseguir la aprobación de los Presupuestos; como si fuera un gran triunfo, de cuyos efectos reales nunca acabamos de enterarnos. Cuando los Presupuestos de un año se prorrogan al siguiente por falta de acuerdo, ¿realmente importa?

Un segundo ejemplo es que parece que lo único que se debate hoy en día es el tamaño del sector público, aunque lo importante es que sea eficaz, eficiente y al servicio real de la ciudadanía. Cualquier formación política que prometa que en los cuatro años de su mandato electoral va a transformar la Administración Pública sencillamente miente. Nos recordaba hace pocos días Rafael Jiménez Asensio que no puede haber buen Gobierno sin buena Administración, y cómo esto no se consigue de la noche a la mañana y menos sin voluntad política real.

El ejercicio de votar, faltando otros elementos esenciales, se reduce a puro marketing, beneficioso únicamente para quien ha ganado las elecciones y se hace con el botín correspondiente.

Dejo para otro día el análisis de la publicidad con que los gobiernos de turno trata de demostrar sus logros, basándose en datos sin contrastar, algoritmos imposibles de examinar o informaciones que se niega a suministrar.

Entonces, ¿qué nos queda?

Hace unos años conocí a un norteamericano nacido en Iowa (USA), en la América profunda, y afincado en España. Le sorprendía la costumbre arraigada en España que cuando alguien tenía un problema se remitía a la “autoridad competente” para pedir una solución. En Estados Unidos, me decía, cuando alguien tiene un problema trata de solucionarlo por sus propios medios. En su defecto, pide ayuda al vecindario cercano o en el seno de su comunidad o localidad. Sólo cuando lo anterior no ha funcionado, se dirige al gobierno de su Estado o al gobierno federal.

No todos los usos y costumbres norteamericanos son dignos de imitación (creo que no hace falta entrar en detalles), pero tomar la iniciativa antes de esperar una solución venida de las alturas me parece algo que deberíamos practicar más.

Pero además de tomar la iniciativa, solemos fallar en dar el siguiente paso esencial: llegar a acuerdos entre sectores de población e intereses diversos. No es imposible, aunque esto suponga tiempo y tener la voluntad de llegar a puntos comunes más allá de nuestra realidad inmediata. Son los nuevos contratos sociales que plantea Minouche Shafik en su libro Lo que nos debemos unos a otros. Un nuevo contrato social. Avanzaremos hacia una sociedad más libre y a la vez más fuerte, que controle al Leviatán del Estado.

Cuando existan partidos políticos que no sean meras herramientas de marketing electoral o vías para acaparar cargos públicos, habremos empezado a entrar en un régimen democrático más saneado.

Hasta entonces es mejor dedicarnos desde la sociedad civil a ir construyendo iniciativas que tiendan puentes entre las personas.

El próximo post dentro de dos martes, el 7 febrero 2023

“Todas nuestras líneas se encuentran ocupadas”

¿Quién no ha escuchado esta cantinela al llamar por teléfono a algún organismo público solicitando una información o, peor aún, una codiciada “cita previa”? A veces nos intentan disuadir de seguir dando la lata al anunciar que el tiempo de espera es de… (siempre por encima de los veinte minutos) o nos ponen música para que al cabo de un buen rato, pagando por la llamada a un 902… ó 901…, se corte la comunicación.

¿Y si lo intentamos por internet? Tras haber conseguido el DNI electrónico, la Firma Digital, la Cla@ve PIN, la Cl@ve Permanente o el Certificado Digital, descubrimos que no hay cita previa disponible de ninguna de las formas. Los testimonios recientes ponen los pelos de punta: 45 días de media de espera para una cita previa; diez meses de espera en la Seguridad Social de Alicante para poder tramitar la pensión de jubilación; lo mismo en Navarra; o teniendo que desplazarse a otra ciudad, o la imposibilidad absoluta como ha denunciado el sindicato Comisiones Obreras.

Es la ciber-versión de lo que hace casi dos siglos el escritor del romanticismo español Mariano José de Larra denunciaba en su famoso artículo Vuelva usted mañana. La situación empieza a ser esperpéntica cuando hay que dedicarse a averiguar a qué hora el sistema informático de la Seguridad Social se reactiva y así ser de los primeros en conectarse. Una persona de mi entorno consiguió la valiosa cita previa ¡conectándose a las cinco de la madrugada! (no es broma).

¿Desidia? ¿Se necesita tiempo? ¿O es una política deliberada?

Si en los años de pandemia la cita previa podría tener una razón de ser con objeto de elevar las barreras anti-contagio, el perpetuamiento de esta medida ha sido ya denunciada como no ajustada a derecho.

Se trata de una pieza más de una política destinada a obstaculizar el acceso de los ciudadanos a las Administraciones Públicas (AAPP) y su control. Así, cabe reseñar los incumplimientos continuos de las AAPP en materia de transparencia o el uso reiterado de un lenguaje alejado del entender medio de la población a la que dice servir.

Un lenguaje críptico en la justicia…

Un ejemplo sangrante es el lenguaje jurídico, con una ilustrativa historia reciente. Como ya en su día reconoció -hace once años- el propio Gobierno “el empleo de un lenguaje más sencillo y comprensible en el ámbito jurídico es una asignatura pendiente desde hace tiempo”. Juan Carlos Campo, entonces Secretario de Estado y recién (y polémico) miembro del Tribunal Constitucional, encabezó una Comisión para la Modernización del lenguaje jurídico, cuyo informe final de septiembre de 2011 no volvió a ser desempolvado hasta que el propio Juan Carlos Campo, ya Ministro de Justicia, decidió “iniciar una línea de colaboración” (¿?) con la Real Academia Española en junio de 2020.

Hasta ahora.

…y en toda la Administración Pública: el muro del lenguaje

Un reciente estudio de la consultora Prodigioso Volcán -del que se hizo eco rtve y el propio Instituto Nacional de Administración Pública (INAP)- analizó 760 escritos vinculados a distintos organismos públicos, concluyendo que el 78% de los textos administrativos no son claros. Los más complejos son precisamente los que explican cómo solicitar una ayuda, beca o subvención: el 98% de éstos no son fáciles de entender.

Estrella Montolío, Catedrática de Lengua Española en la Universitat de Barcelona, señala el fracaso comunicativo de la Administración: “la confianza entre individuos e instituciones, de igual modo que entre las personas, se genera interactuando, en la conversación. No hay confianza posible cuando el emisor resulta no solo incomprensible, sino también inquietante”.

Montolío es la autora del Manifiesto por un lenguaje claro en la Administración, lanzado por La revista de lengua y literatura Archiletras. Dicho Manifiesto fue presentado recientemente al Presidente Sánchez, quien se limitó a decir que el Gobierno “ha puesto en marcha un proyecto para renovar y mejorar la forma en la que se responde a los cientos de personas que semanalmente se ponen en contacto con el Gabinete del presidente” Y eso es todo.

Más que una cuestión de lenguaje

Para acceder a ayudas sociales en ocasiones se establecen exigencias administrativas absurdas, como si hubiera una presunción de que los necesitados se aprovechan del sistema.

Esta situación se repite cada vez que el Ejecutivo ha lanzado un programa de lucha contra la desigualdad. Estos avances se están viendo enturbiados por la aplicación del principio de sospecha a quienes más urgentemente necesitan ayuda, es decir, a los pobres.

Por eso la Accesibilidad a las Webs oficiales sigue siendo deficiente, como reconoce el propio Observatorio gubernamental.

Es la misma actitud que presupone que las Administraciones Públicas no son sino el botín ganado por las cúpulas de los partidos que han batido a los contrarios en las urnas. Como si lo público no fuera de la ciudadanía y la malversación no fuera importante.

El próximo post dentro de dos martes, el 24 enero 2023

No es por no ir… a votar

Estamos asistiendo en los últimos días a una encarnizada lucha entre las cúpulas de los partidos políticos para apoderarse de las grandes instituciones del Estado: el sistema judicial, el Parlamento, el Tribunal Constitucional…

Esta situación me hace evocar -me gustaría pensar que salvando las distancias- la crónica apasionante y a la vez tristísima que los periodistas Rüdiger Barth y Hauke Friederichs plasmaron en Los sepultureros. 1932, el último invierno de la República de Weimar (The grave diggers. 1932, the last winter of the Weimar Republic); cómo hace ahora noventa años los enfrentamientos entre partidos, la torpeza y estupidez de los políticos y una base de profunda crisis económica despejaron el camino para el ascenso de Hitler al poder. Ascenso que -no lo olvidemos- no fue a través de un golpe de estado sino por vía de las urnas y de retorcer los mecanismos institucionales: un ejemplo vivo de lo que Levitsky y Ziblatt tratan en su ya best-seller Cómo mueren las democracias.

¿Esto se resuelve en las urnas?


Sí y no. Si lo que se nos pide es votar (que no elegir) al ganador que se alzará con el botín institucional en juego, ello equivale a introducir un cheque en blanco en la urna y legitimar (¿?) el juego entre las cúpulas de los partidos.

Porque no se trata de esto.

Se trata de cambiar las reglas de juego:

a) de garantizar la independencia de los tres poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial

b) de eliminar la corrupción entre los políticos y la utilización de las administraciones públicas para el provecho de “los míos” o de mi partido

b) de desmontar el sistema partitocrático: de las listas electorales cerradas y bloqueadas, de la tiranía interna del líder de turno que designa de facto a los candidatos en cada comicio, del monopolio de los recursos públicos…

c) de abolir la práctica continuada de los gobernantes de falta de transparencia a la hora de gestionar el patrimonio común, o designando una larga lista de asesores en la Administración Central, Comunidades Autónomas, Diputaciones provinciales, Ayuntamientos, empresas y entidades públicas, inventando así puestos de trabajo (¿?) para los fieles al líder

d) de invertir la deriva del saqueo de las administraciones públicas: haciendo ineficaces los recursos del estado del bienestar o la labor de los distintos cuerpos de funcionarios públicos, creando el caos presupuestario o el secretismo y clientelismo en los programas de subsidios y ayudas a las poblaciones necesitadas

e) …

Atrapados en el enfrentamiento

Cada día que pasa los medios de “comunicación” nos sirven una catarata de declaraciones de un lado y del otro, en la que los distintos representantes de cada bando y sus tertulianos de apoyo nos arrojan el argumentario del día preparado por la cúpula de su partido. El volcado es abrumador y la reiteración de los “mensajes” parece que nos está obligando, lo queramos o no, a tomar partido (nunca mejor dicho). Si no lo hacemos parece que no tenemos opinión, que somos abúlicos o simplemente tontos.

Además el tono exaltado, violento y emotivo no nos deja mayor opción que retratarnos. A partir de ahí la mayor atención y exposición a un medio u otro -partidario de un enfoque o del contrario- nos sumerge en la crispación como elemento natural.

No cabe la búsqueda de acuerdos, de intentar entender por qué el otro tiene un enfoque distinto al nuestro, su situación personal, social o económica. Se nos exige blanco o negro, indignarnos por lo que hacen y dicen los contrarios -o los que nos señalan que son los contrarios-. Lo demás sería no tener convicciones, ser “blando” o no ser lo suficientemente patriota o revolucionario (a elegir).

¿Y de votar?

Como diría José Mota “Si no es por no ir…”

La pregunta es: ¿votar, para qué? ¿Para que los que ganen apliquen el rodillo parlamentario, asalten los recursos de las administraciones públicas y violenten el marco institucional en beneficio propio? ¿Para que se peguen con super-glue al asiento de la Moncloa por encima de cualquier otra consideración? ¿Para que en vez de incorporar a las minorías sociales a la sociedad civil se cultive el odio a quien no es como yo?

Por desgracia ningún partido político actual tiene otras miras que las de cosechar el mayor número de votos en las próximas rondas electorales, eso sí para su lista cerrada y bloqueada que no admite modificaciones.

Sería maravilloso poder añadir a nuestra papeleta algún comentario sobre nuestra repulsa a votaciones así diseñadas y a la partitocracia imperante, aunque se corra el peligro de que nuestro voto sea tachado como voto nulo.

Pero, ¿es que no hay otra manera de manifestar nuestra oposición a esta forma de hacer política? Sí la hay, tejiendo con paciencia, pero con convicción, un tejido con el que reconstruir la sociedad civil.

El próximo post dentro de dos martes, el 10 enero 2023

Huérfanos sociales

Sin Padres de la Patria

En la tradición popular se ha venido en denominar Padre de la Patria de un país a una figura histórica considerada como «padre» en el sentido de fundador o re-fundador de la misma. En algunos casos esta denominación se ha extendido a los parlamentarios y/o a los redactores constitucionales, como en el caso español. En cualquiera de los casos parece evidente que nos hemos quedado huérfanos.

¿Es eso tan malo?

Quedarse huérfanos nunca ha sido un plato de gusto. Esa protección de la que se gozaba ha desaparecido y el miedo, la angustia, la incertidumbre, etc. nos invaden sin remedio. Pero cuando además esos padres de la patria son los causantes de nuestra situación de penuria -económica, social o política- el impacto puede ser aún mayor.

De pronto se abre un vacío ante nuestros pies y tratamos de cerrar los ojos para vivir todavía una ensoñación del pasado que se fue o, pero aún, de buscar un padre sustituto.

Del chasco a la expresión de rebeldía

Otras sociedades, o al menos amplios sectores de ellas, están atravesando un proceso similar.

En Irán miles y miles de personas protestan contra una policía de la moral y por extensión contra el régimen de los ayatolas que en vez de proteger a la población la ha esclavizado.

En China la política de cero-Covid impulsada por el Partido Comunista se transformó en un encarcelamiento de millones de personas en sus domicilios o en sus lugares de trabajo, desatando la protesta masiva.

En Rusia la organización de Madres y mujeres de los soldados rusos desaparecidos cargan contra el Kremlin por las dificultades para conocer el paradero de sus familiares y por el colapso de los servicios de atención del Ministerio de Defensa. Una situación que recuerda la vivida por los familiares de los jóvenes rusos muertos en la invasión rusa de Afganistán, que volvían en ataúdes de zinc, como cuenta Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura de 2015.

Y en España…

Los políticos españoles -nuestros Padres de la Patria- apalancados en las cúpulas de los partidos que ocupan el Parlamento han merecido el nivel más bajo de confianza de toda la Unión Europea: según el último Eurobarómetro (núm. 97, verano 2022) sólo el 8% de los españoles confía en los partidos políticos, la cifra más baja entre los 27 países de la UE.

¿No es hora de recuperar la soberanía nacional, tal y como proclama nuestra Constitución en su artículo 1.2? Porque el desmontaje de nuestra democracia, ya comentado en un post anterior, junto a un régimen político partitocrático han convertido el mero hecho de votar a los candidatos que otros han puesto en la papeleta electoral en un acto cada vez más estéril. ¿Democracia? Por supuesto, pero no así.

Remontar

En un reciente libro que ha pasado bastante desapercibido y que lleva por título Práctica democrática e inclusión. La divergencia entre España y Portugal, su autor Robert Fishman señala las diferencias entre los dos países en el momento en que ambos pasaron de la dictadura a la democracia. El menor protagonismo de la sociedad civil española en esa coyuntura clave tuvo como consecuencia un desarrollo democrático más imperfecto, dejando en manos de las cúpulas de los partidos políticos todo el poder real.

Hacer, …aunque sea un poco

Hablando con amigos y conocidos de estos temas oigo con frecuencia expresiones como “No se puede hacer nada”, “Y yo ¿qué voy a hacer?”, etc.

Eso me recuerda una frase que también he leído varias veces en diversos escritos, atribuida a Edmund Burke, escritor, filósofo y político irlandés-británico del Siglo XVIII, quien dijo:

Nadie podría cometer un error más grande que el que no hizo nada porque sólo podía hacer un poco”

Y en el mismo sentido:

Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”

Empecemos por “poco”

No se trata de entrar en “debates” al modo de los tertulianos de plató de televisión, que no son más entretenimientos desprovistos de profundidad, pero llenos de sensacionalismo, indignatitis y crispación. Evitemos es moderna droga mediática.

Pero seguro que hay algo en nuestra mano para ayudar a alguien cercano, bien sea un colectivo o una persona individual. La condición principal es que esa acción tienda puentes entre colectivos que se conocen mal entre sí: mujeres / hombres, hetero / LGTBQ+, españoles / foráneos, españoles de un territorio o de otro, jóvenes / mayores, favorecidos / desfavorecidos por el avance tecnológico, etc.

Después de dar un primer paso se podrá dar el siguiente en un esfuerzo de acumulación progresiva.

También podemos votar…

a quien se comprometa con la separación de los poderes del Estado, con la lucha contra la corrupción y el caciquismo moderno, con el desmontaje de la partitocracia, con la transparencia de la acción de gobierno… Y seguimos.

El próximo post dentro de dos martes, el 27 diciembre 2022

Desmontando la democracia

Asimilamos democracia a votar cada equis años. Nada más lejos de la realidad. El mismísimo Franco organizó un referéndum y se podía votar para elegir el tercio familiar de las Cortes franquistas. También se vota en la Rusia de Putin, ¡e incluso en Corea del Norte se elige entre diferentes (¿?) partidos!

Llevamos tiempo oyendo las voces que denuncian la erosión y desmontaje de las democracias existentes. Aquí me centraré más bien en el camino para remontar la situación.

La democracia como sistema

La democracia es un sistema de convivencia social basado en dos pilares:

  • la moderación y deseo de llegar a acuerdos entre los distintos sectores sociales, directamente y a través de sus representantes políticos

  • la separación de poderes y el control de la sociedad civil sobre el Estado.

Primer pilar

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su conocida obra Cómo mueren las democracias denominan guardarraíles de la democracia a dos reglas: la tolerancia mutua y la contención institucional.

Pero andamos lejos de la tolerancia cuando cada cuestión que se plantea en los medios de comunicación y las redes sociales se reduce a señalar culpables, levantar frentes contra algo o alguien y exacerbar las diferencias a base de ofendidismo y ruido mediático.

Y andamos lejos de la contención institucional cuando el Parlamento no es más que un lugar de recuento de votos. Sólo se pretende que los votos a favor sumen uno más que los votos en contra utilizando el famoso “rodillo” parlamentario.

Y también andamos lejos de la contención cuando utilizamos todas las argucias posibles para violentar normas y costumbres de funcionamiento y así sacar adelante lo que nos viene bien en cada momento.

Segundo pilar

El segundo pilar también se resquebraja. Por un lado no existe equilibrio y separación de poderes entre el legislativo, ejecutivo y judicial.

Cuando el Parlamento no legisla sino que lo hace el gobierno (poder ejecutivo); cuando el poder legislativo no es más que un sumatorio de votos para elegir Presidente de Gobierno y aprobar lo que éste decide, no existe separación entre ambos poderes. Del tercer poder -el judicial– creo que no hace falta hablar.

Daron Acemoglu y James Robinson, autores del famoso libro Por qué fracasan los países, escribieron posteriormente El pasillo estrecho, con un significativo subtítulo: “¿Por qué algunas sociedades han conquistado la libertad y otras se ven sometidas a tiranías o regímenes incompetentes?

Los autores recalcan la necesidad de un estado fuerte, que evite el caos de los llamados “Estados fallidos”, pero a la vez una sociedad fuerte que controle a ese Estado para que no evolucione hacia la tiranía del Leviatán.

¿Y qué es controlar al Estado? Además de la necesidad del equilibrio y separación de poderes, significa transparencia en la actuación de las administraciones públicas, dar cuenta de cada céntimo de gasto, poder revisar de verdad el comportamiento de los dirigentes públicos, contar con unos medios de comunicación que no sean pareja interesada del partido político de turno, etc.

¿Revisar el régimen nacido en 1978?

En el caso español algunos dirigentes políticos claman contra el sistema definido por la Constitución de 1978. Creo que necesita una revisión profunda, pero justamente en el sentido contrario a lo que propugnan esas voces.

Porque lo que la Constitución actual y su desarrollo orgánico posterior han consagrado es un sistema que pone en manos de las cúpulas de los partidos políticos todo el poder. El control férreo en la confección de las listas electorales, cerradas y bloqueadas, la acumulación de poder interno de cada partido en la figura de su secretario general, etc. convierten las formaciones políticas en pequeñas dictaduras. En las urnas electorales no elegimos: simplemente votamos lo que esos reyezuelos han elegido.

Y a renglón seguido, el líder ganador de las elecciones (generales, autonómicas o locales) reparte el botín de la administración pública entre sus fieles: cargos políticos de todo tipo, ejército de asesores cuyas funciones y sueldos se ocultan, presidencias de empresas públicas, personal al servicio de concejales, diputados, Diputaciones provinciales, etc. De este modo si algún candidato no ha conseguido escaño se le contrata a costa del dinero público. La papeleta electoral se convierte más bien en un cheque en blanco y sin límite de fondos.

Construir desde la sociedad civil

La forma que este moderno Leviatán, gestionado por las cúpulas de los partidos, actúa para evitar que la sociedad civil le controle es la vieja arma de “divide y vencerás”: la polarización social y la crispación basada en la indignatitis identitaria -fomentadas por esas cúpulas y los medios de comunicación afines- son el cáncer que corroe a la sociedad civil e impide la formación de consensos sociales, indispensables para reconstruir los dos pilares de la democracia a los que se aludía más arriba.

Es un camino lento y difícil pero, quizá por ello, más urgente que nunca.

El próximo post dentro de dos martes, el 13 diciembre 2022

La crisis de los veintitantos

Entre el ruido mediático y las broncas entre los partidos políticos que lo nutren no nos queda tiempo ni espacio para centrarnos en problemas de fondo: sólo caben interrupciones para la publicidad.

Impacto social del Covid

Se ha dedicado una justificada atención a las altas tasas de mortalidad que el Covid ha producido entre la población de edad avanzada, en particular la localizada en residencias de mayores. Pero otro segmento de población -el de los jóvenes– soportó un impacto psicológico y social poco estudiado aunque de alcance y consecuencias profundas.

Así, la serie de encuestas que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) dedicó a los efectos sociales del Covid muestran cómo la población entre 18 y 34 años reflejan en comparación mayor “inquietud por las medidas que pueden limitar los contactos y las relaciones cara a cara”, mayor “miedo por no poder emprender ya proyectos vitales como emanciparse, o abrir un negocio, o hacer algún viaje”, o mayor “inquietud y temor ante el futuro”. También declaran superiores niveles de tensión, ansiedad, soledad, depresión, preocupación o tristeza.

¿Hay motivo para ello?

Hay cosas en la vida que tienen un momento apropiado para realizarlas y una de ellas es comenzar a salir del nido familiar y explorar el entorno social de amistades, relaciones y ligoteo.

Alguien cercano me comentó que justo cuando su hija iniciaba la adolescencia y por tanto debía ir creando su red primaria de amistades, el Covid impuso el confinamiento domiciliario y cortó de raíz esa fase trascendental en la maduración de una persona. Es algo que no se puede dejar para más adelante: tiene su ocasión y su circunstancia.

Entre jóvenes veinteañeros esas trabas al desarrollo de las interacciones sociales y relacionales son las que aparecen reflejadas en las encuestas del CIS. Pero no es sólo una cuestión derivada de las normas impuestas para la lucha contra la pandemia: “la ansiedad, la depresión, la angustia y la desorientación incapacitantes son la norma” de los jóvenes, escribe la terapeuta Satya Doyle Byock en un reciente libro.

Un tiempo distinto, una realidad nueva… y sin un guión fiable

Cada generación joven se encuentra con una realidad que ha sido modulada por las generaciones anteriores y los criterios de lo que debe hacerse y cómo debe hacerse les vienen prefijadoss. Pero el entorno social, económico y laboral no es el mismo de antaño, por mucho que nos empeñemos.

Tomemos el ejemplo de la actividad laboral. Para muchos jóvenes actuales la aspiración en la vida no es “labrarse un porvenir” o medrar laboralmente. Es una generación que no entiende que haya que vivir para trabajar. No rehuyen el trabajo, pero lo viven de otra manera. Son cuidadosos con los tiempos de trabajo y no trabajo, no admiten sin más las horas extras, les preocupan los tiempos de desplazamientos de casa al trabajo, etc. Por eso son tan sensibles al teletrabajo.

¿Bienvenidos al mundo del trabajo?

No se puede decir que el entorno laboral reciba con alegría las nuevas generaciones de jóvenes. Las cifras son más bien deprimentes:

  • en 2021 la tasa de paro de los jóvenes entre 16 y 34 años era del 22,3%, frente al 12,1% del resto de edades, duplicando las cifras de 2006 (11,4% y 6,4%, respectivamente)
  • más del 56% de jóvenes entre 16 y 29 años tienen empleos precarios (temporales, discontinuos, etc.), frente al 22% del resto de edades, cifras que mejoraron de a 2006 a 2021 para los mayores de 30 años pero no para los jóvenes
  • la media salarial de los jóvenes no supera el mileurismo hasta que se llega al tramo de edad de los 25-29 años.

¿Y la construcción de un hogar?

La deficitaria situación laboral tiene su reflejo directo en los niveles de renta y riqueza de cada generación. Uno de los elementos claves para el bienestar y “resiliencia” de las familias en situaciones económicas adversas es el acceso a la propiedad de la vivienda, tal y como señala un reciente estudio de Fedea. Hasta hace 20 años todas las generaciones de familias españolas eran mayoritariamente propietarias de una vivienda. Ésta ha constituido la base material de desarrollo de una familia.

Esto se acabó. Las nuevas generaciones de jóvenes carecen de los recursos para iniciar con solvencia la compra de vivienda. La Encuesta Financiera de las Familias que elabora el Banco de España muestra que si en 2002 todavía el 66% los hogares encabezados por alguien menor de 35 años eran poseedores de la vivienda principal, esta cifra ha caído al 36% en 2020. ¿Y acceder a un alquiler? Mejor no preguntar en los tiempos que corren.

El último grito de rebelión de la juventud española sonó el 15-M, durante el gobierno de Zapatero. Quienes se declararon representantes políticos del mismo se han reconvertido en otro partido electoralista más

El próximo post dentro de dos martes, el 29 noviembre 2022