No es por no ir… a votar

Estamos asistiendo en los últimos días a una encarnizada lucha entre las cúpulas de los partidos políticos para apoderarse de las grandes instituciones del Estado: el sistema judicial, el Parlamento, el Tribunal Constitucional…

Esta situación me hace evocar -me gustaría pensar que salvando las distancias- la crónica apasionante y a la vez tristísima que los periodistas Rüdiger Barth y Hauke Friederichs plasmaron en Los sepultureros. 1932, el último invierno de la República de Weimar (The grave diggers. 1932, the last winter of the Weimar Republic); cómo hace ahora noventa años los enfrentamientos entre partidos, la torpeza y estupidez de los políticos y una base de profunda crisis económica despejaron el camino para el ascenso de Hitler al poder. Ascenso que -no lo olvidemos- no fue a través de un golpe de estado sino por vía de las urnas y de retorcer los mecanismos institucionales: un ejemplo vivo de lo que Levitsky y Ziblatt tratan en su ya best-seller Cómo mueren las democracias.

¿Esto se resuelve en las urnas?


Sí y no. Si lo que se nos pide es votar (que no elegir) al ganador que se alzará con el botín institucional en juego, ello equivale a introducir un cheque en blanco en la urna y legitimar (¿?) el juego entre las cúpulas de los partidos.

Porque no se trata de esto.

Se trata de cambiar las reglas de juego:

a) de garantizar la independencia de los tres poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial

b) de eliminar la corrupción entre los políticos y la utilización de las administraciones públicas para el provecho de “los míos” o de mi partido

b) de desmontar el sistema partitocrático: de las listas electorales cerradas y bloqueadas, de la tiranía interna del líder de turno que designa de facto a los candidatos en cada comicio, del monopolio de los recursos públicos…

c) de abolir la práctica continuada de los gobernantes de falta de transparencia a la hora de gestionar el patrimonio común, o designando una larga lista de asesores en la Administración Central, Comunidades Autónomas, Diputaciones provinciales, Ayuntamientos, empresas y entidades públicas, inventando así puestos de trabajo (¿?) para los fieles al líder

d) de invertir la deriva del saqueo de las administraciones públicas: haciendo ineficaces los recursos del estado del bienestar o la labor de los distintos cuerpos de funcionarios públicos, creando el caos presupuestario o el secretismo y clientelismo en los programas de subsidios y ayudas a las poblaciones necesitadas

e) …

Atrapados en el enfrentamiento

Cada día que pasa los medios de “comunicación” nos sirven una catarata de declaraciones de un lado y del otro, en la que los distintos representantes de cada bando y sus tertulianos de apoyo nos arrojan el argumentario del día preparado por la cúpula de su partido. El volcado es abrumador y la reiteración de los “mensajes” parece que nos está obligando, lo queramos o no, a tomar partido (nunca mejor dicho). Si no lo hacemos parece que no tenemos opinión, que somos abúlicos o simplemente tontos.

Además el tono exaltado, violento y emotivo no nos deja mayor opción que retratarnos. A partir de ahí la mayor atención y exposición a un medio u otro -partidario de un enfoque o del contrario- nos sumerge en la crispación como elemento natural.

No cabe la búsqueda de acuerdos, de intentar entender por qué el otro tiene un enfoque distinto al nuestro, su situación personal, social o económica. Se nos exige blanco o negro, indignarnos por lo que hacen y dicen los contrarios -o los que nos señalan que son los contrarios-. Lo demás sería no tener convicciones, ser “blando” o no ser lo suficientemente patriota o revolucionario (a elegir).

¿Y de votar?

Como diría José Mota “Si no es por no ir…”

La pregunta es: ¿votar, para qué? ¿Para que los que ganen apliquen el rodillo parlamentario, asalten los recursos de las administraciones públicas y violenten el marco institucional en beneficio propio? ¿Para que se peguen con super-glue al asiento de la Moncloa por encima de cualquier otra consideración? ¿Para que en vez de incorporar a las minorías sociales a la sociedad civil se cultive el odio a quien no es como yo?

Por desgracia ningún partido político actual tiene otras miras que las de cosechar el mayor número de votos en las próximas rondas electorales, eso sí para su lista cerrada y bloqueada que no admite modificaciones.

Sería maravilloso poder añadir a nuestra papeleta algún comentario sobre nuestra repulsa a votaciones así diseñadas y a la partitocracia imperante, aunque se corra el peligro de que nuestro voto sea tachado como voto nulo.

Pero, ¿es que no hay otra manera de manifestar nuestra oposición a esta forma de hacer política? Sí la hay, tejiendo con paciencia, pero con convicción, un tejido con el que reconstruir la sociedad civil.

El próximo post dentro de dos martes, el 10 enero 2023

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Por qué hablar de la invasión de Ucrania

Pasadas tres semanas desde su inicio, las palabras del lingüista y filósofo de izquierdas Noam Chomsky son más ciertas que nunca: “Estamos en un momento crucial de la historia de la humanidad. No se puede negar. No se puede ignorar”.

Una muestra de ese “momento crucial” es el hecho del fin del pacifismo de Alemania y de la neutralidad de Suecia y Suiza por la invasión rusa. Pero las reacciones y posicionamientos se han reproducido en todo el globo.

Y continúa Chomsky:

“La invasión rusa de Ucrania es un grave crimen de guerra comparable a la invasión estadounidense de Irak y a la invasión de Polonia por parte de Hitler-Stalin en septiembre de 1939, por poner sólo dos ejemplos relevantes. Es razonable buscar explicaciones, pero no hay ninguna justificación ni atenuante”.

ctxt.es

No puedo entrar aquí en los complejos antecedentes históricos de la invasión rusa: desde la creciente presencia de la OTAN entre los antiguos países del Pacto de Varsovia; la anexión por Putin de Chechenia (1999), Osetia del Sur y Abjasia (2008) y la península de Crimea (2014); las turbulentas relaciones entre Rusia y Ucrania; así como la convulsa historia política reciente de Ucrania, con sus drásticos cambios de rumbo y señales de corrupción. Estos últimos elementos no son ajenos a la poca convicción con que la Unión Europea ha acogido hasta el momento las demandas ucranianas de ingreso en la misma.

¿Qué pretende Putin?

Desde su ascenso al poder, la trayectoria de Putin ha sido la de una galopante deriva hacia el autoritarismo bordeando la dictadura, el forjado de una camarilla de oligarcas a su alrededor, el fomento del nacional-victimismo ruso, el rearme militar y el uso de las fuentes de energía como arma geopolítica de primer orden.

El 1 de octubre de 1939 Winston Churchill, comentando la doble invasión nazisoviética de Polonia -incluida en el vergonzoso acuerdo entre Hitler y Stalin en vísperas de la IIª Guerra Mundial, el Pacto Ribbentrop-Mólotov– formuló su famoso “análisis” de las intenciones rusas:

“No puedo pronosticarles la acción de Rusia. Es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma; pero quizás haya una clave. Esa clave es el interés nacional ruso”.

Churchill’s WW2 Speech to the Nation October 1939

Pero en este caso estamos hablando más bien no de los intereses de una nación sino de los de una pequeña camarilla personificada en Putin y su entorno más estrecho. Algunos analistas estiman que Putin no tiene un “plan B” sino que ha planteado una partida de “todo o nada” en relación a Ucrania. Y cuando sus tropas terrestres se han mostrado poco eficaces sobre el terreno, la única alternativa es el bombardeo sistemático e indiscriminado de entornos urbanos en una suerte de macro-terrorismo creciente. Pero en el mejor escenario para Putin, la toma militar de toda Ucrania, abocaría a un conflicto prolongado en el tiempo y con un coste económico, político y humano incalculable, con repercusiones negativas al interior de Rusia.

Y en el caso contrario de la derrota, «la tradición nacional rusa no perdona los reveses militares…”

Europa metida en el conflicto, nos guste o no

Por la envergadura del invasor, el enclave geográfico en el corazón de Europa y los objetivos planteados por Putin, el continente europeo está nuevamente sumido en una conflagración militar.

Junto al suministro de armas a Ucrania hay otros planos de confrontación: la guerra económica y energética, la ciber-guerra, la batalla de la desinformación y la censura, la crisis humanitaria de muerte y millones de refugiados y desplazados, etc. Excepto en el plano puramente bélico, la Unión Europea y por ende España estamos en guerra.

Por eso es tan importante la unidad del país, que necesariamente exige diálogo y concertación, y avanzar en las políticas energéticas y de coordinación del reparto justo de las cargas que conlleva una economía de guerra (o quasi guerra).

Lo que no debe hacerse

La invasión de Ucrania no puede convertirse en un espectáculo televisivo y sensiblero. No solamente es inmoral sino que los fenómenos mediáticos de alta intensidad desaparecen de nuestras mentes a la misma velocidad que habían surgido, provocando así lo que Susan Moeller describe como la fatiga por compasión en su libro del mismo título.

En fin, hay que desterrar las tentaciones de justificar nuestros fallos políticos echando mano de la existencia de la guerra. Ni la inflación y la crisis energética han sido generadas por la invasión de Ucrania -llevamos unos cuantos meses soportándolas- ni es de recibo justificar el pacto PP-Vox en el gobierno de Castilla y León “por la guerra”.

Sólo un nuevo pacto social dentro de España pero también a nivel de la Unión Europea permitirá salir adelante colectivamente. Los momentos críticos de la historia son también muchas veces los de los grandes avances de la humanidad. Depende de nosotros.

El próximo post dentro de dos martes, el 29 marzo 2022