Nuestras libertades individuales
Estamos entre los países más avanzados del mundo en cuestión de derechos y libertades individuales: además de los consagrados en la Constitución de 1978, contamos con el derecho al divorcio, al aborto, al matrimonio homosexual, al cambio de sexo, a la muerte digna (eutanasia), a la libertad ideológica, religiosa y de culto, etc.
Otros derechos recogidos en la Constitución parecen más difíciles de convertirse en realidad: el derecho al secreto de las comunicaciones (art.18.3), a recibir libremente información veraz (art.20.1d), a acceder en condiciones de igualdad a las funciones y cargos públicos (art.23.2), el derecho al trabajo o a una remuneración suficiente (art.35.1), a la protección de la salud (art.43.1) o a una vivienda digna (art.47).
¿Eso es todo?
La Constitución actualmente en vigor más antigua del mundo es la que las colonias británicas en el Nuevo Mundo se dotaron para crear los Estados Unidos de América en 1787. Su texto no recogía ninguna de las libertades individuales sino que estaba consagrada a los checks and balances, es decir el sistema de separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) y de equilibrio entre instituciones para cortar de raíz las tentaciones autoritarias por medio de rigurosos controles democráticos.
Sólo cuatro años después se añaden los primeros derechos individuales: las llamadas «enmiendas» recogidas en la Carta de Derechos o Bill of Rights. Pero sin controles democráticos el régimen político se resiente gravemente. No hay más que mirar a nuestro alrededor: la independencia del poder judicial en entredicho, deterioro de la transparencia en las acciones de los gobiernos a todos los niveles (el último ejemplo lo tenemos en la gestión de los fondos de rescate europeos), rendición de cuentas en declive, sustitución del debate político por la crispación mediática, etc.
Calidad democrática
Parece que el propio Congreso de los Diputados opinaba lo mismo ya que en 2016 creó la Comisión permanente para la auditoría de la calidad democrática, la lucha contra la corrupción y las reformas institucionales y legales, apoyada por todos los grupos políticos menos la abstención del PNV, y que preside Íñigo Errejón. La ausencia de resultados hasta la fecha nos trae a la mente la frase atribuida a Napoleón Bonaparte:
“Si quieres solucionar un problema, nombra un responsable; si quieres que el problema perdure, nombra una comisión”
Georges Clemenceau, primer ministro durante la Tercera República francesa, abundaba en lo mismo:
«Si quiere usted enterrar un problema, nombre una comisión»

De las libertades individuales a la exacerbación identitaria
Este desequilibrio entre libertades individuales y controles democráticos se ve agravado por la forma en que sectores que se autodenominan progresistas enfocan el desarrollo de las primeras. En efecto el reconocimiento necesario de los derechos de las minorías (y también mayorías) muchas veces no se traduce en una integración en la sociedad sino en un enfrentamiento entre «nosotros» («nosotras», «nosotres») y «ellos». Se pasa de un planteamiento inclusivo a uno excluyente y que puede llegar a la implantación de censuras de todo tipo. Un ejemplo entre muchos es el atropello del derecho a recibir la educación en la lengua materna, como ocurre en varias comunidades autónomas y bien refleja Mercè Vilarrubias en su libro Por una Ley de Lenguas. Convivencia en el plurilingüismo.
Cuando las libertades individuales no van acompañadas de un diálogo entre sectores de la población y un esfuerzo por llegar a consensos que mejoren la calidad democrática y el control y equilibrio de poderes, se genera una dinámica de consecuencias potencialmente devastadoras.
La tentación identitaria se convierte en un cáncer que corroe a la sociedad civil, de forma que cada vez estamos más fragmentados y enfrentados unos grupos sociales con otros. El sectarismo es el siguiente paso. Mientras tanto el Leviatán del Estado está más fuera de control que nunca y, lo que es peor, se abre la puerta a sueños (o pesadillas) mesiánicos y totalitarios.
El ejemplo más notorio fue la República de Weimar, el régimen político de Alemania de 1918 a 1933, entre la hecatombe de la Primera Guerra Mundial y el advenimiento del nazismo. Una de las características más notables de ese periodo fue el asociacionismo identitario que incrementó la polarización y las tensiones sociales.. El ascenso nazi se apoyó en esa densa y polarizada sociedad civil. Como recuerdan Acemoglu y Robinson en El pasillo estrecho,
«todo esto sucedía de acuerdo con posiciones sectarias. Incluso en los pueblos pequeños las asociaciones estaban divididas entre las de los católicos, los nacionalistas, los comunistas y los socialdemócratas. Un joven con simpatías nacionalistas pertenecería a clubes nacionalistas, acudiría a una iglesia nacionalista y probablemente socializaría y se casaría en el interior de estos círculos nacionalistas»
Ello no quiere decir que olvidemos que de forma natural pertenecemos a grupos sociales, familiares y de proximidad con los que nos sentimos más identificados a gusto. Pero una cosa no debería quitar la otra.
El próximo post dentro de dos martes, el 25 mayo 2021