Una pregunta previa: ¿con quién podemos hablar hoy por hoy de política?
¿Somos capaces de mantener algún tipo de conversación más o menos tranquila con alguien que haya votado a un partido político que rechacemos profundamente? En el clima político actual la tarea se antoja complicada.

Hay que reconocer que cada vez que coincidimos con ese cuñado “facha” se nos revuelve el estómago y procuramos hablar de nada que no sea el tiempo que hace, eso sí sin hacer alusión al calentamiento global, porque acabaríamos a tiros. O a su vez, ¿qué decir cuando nos encontramos con esa sobrina “podemita” que nos pone de los nervios?
En resumen, ¿con cuántas personas podríamos mantener esa conversación “más o menos tranquila” durante, por ejemplo, la comida de Navidad en familia? Hagamos cuentas. En el último Barómetro del CIS del que disponemos de datos completos (noviembre 2019) se pregunta sobre qué probabilidad tendríamos de votar o no a cada uno de los principales partidos políticos, en una escala que va del 0 ( = “con toda seguridad, no lo votaría nunca”) al 10 ( = “con toda seguridad, lo votaría siempre”).
Ni que decir tiene que los “0” (“nunca”) ganan por goleada a los “10” (“siempre”). El cuadro siguiente recoge los datos, junto con el número de votantes a cada partido en las elecciones generales de 10 noviembre 2019. Como se ve, aparecen más fobias que filias respecto a los principales partidos políticos (de esto se tratará más otro día).

Combinando los datos, he estimado con cuántas personas podríamos mantener una conversación tranquila. Hay que decir que no tenemos datos de opinión sobre los demás partidos, incluidos por ejemplo los partidos nacionalistas, que a buen seguro recogerían también su cuota de “ceros”. Por eso siendo prudentes y con los partidos que figuran en el cuadro, he calculado para cada persona entrevistada el número de sus “interlocutores” posibles.
Pues bien, en promedio podríamos aspirar a esa conversación tranquila con 17 millones de votantes de un total de 24,5 millones, es decir se nos atragantaría más de un 30 % de los mismos. ¿Nos lo podemos permitir? ¿Tan mal estamos?
¿Esos más de siete millones de votantes, de media, merecen un mínimo de atención por nuestra parte? ¿Tienen razón en algo?
A veces creemos que los motivos de un votante coinciden plenamente con el programa electoral íntegro del partido al que ha votado. Un amigo que hace años se afilió a un partido político y del que es ahora cargo intermedio me comentó que cuando lo hizo no estaba de acuerdo ni mucho menos con el cien por cien de lo que planteaba dicho partido. Aun así se afilió. Pues si hemos votado al partido X o Y dudo que estemos de acuerdo con todo lo que planteaba, máxime cuando hemos visto que en España estamos más en contra de que a favor de.
No hace falta identificarnos con nuestro interlocutor para descubrir que en tal o cual cuestión puede tener su parte de razón o al menos su motivo. Una cosa es la visión que tenga de determinadas cuestiones, su estado emocional, sus miedos, sus aspiraciones y sus vivencias, y otra cosa es a qué partido finalmente ha votado (la relación entre ambos aspectos será tratada otro día).
Descubrir que en algo pueda tener su razón o motivo es un ejercicio de paciencia y autocontrol que reporta más de un beneficio. En efecto, nos ayuda a ordenar y reflexionar sobre nuestras propias razones y motivos, al compararlos mentalmente (o si es posible verbalmente) con los de nuestro interlocutor. ¡Puede que hasta rectifiquemos alguna cosa de nuestro modo de pensar!
Pero además seguro que descubriremos que no es tan de ese partido como creíamos. En el “mercado” electoral, el espectro de opiniones de los votantes (“demanda”) se ajusta con dificultad al de los partidos políticos (“oferta”). Pero acabamos votando a algún partido con más o menos entusiasmo.
Uno de los porqués de la democracia es precisamente alcanzar acuerdos partiendo de una sociedad diversa. ¿Nos animamos pues a poner en práctica este ejercicio con nuestro cuñado “facha” o nuestra sobrina “podemita”?
El próximo post en dos semanas: el martes 4 de febrero