Las lenguas en nuestro Estado de las Autonomías

De Babel a Pentecostés

Hace unos días se celebró la fiesta cristiana de Pentecostés. El libro de los Hechos de los apóstoles (2,1-8) nos cuenta que:

«Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente (…) se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse (…)La gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: «(…) ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?»»

Pentecostés cierra así un ciclo que se abrió cuando el Dios Yahveh confundió el lenguaje de la gente que estaba construyendo la ciudad y torre de Babel, impidiendo su edificación desde el momento en que cada cual no pudo entenderse con su prójimo (Génesis, 11,1-9).

¿Una o muchas lenguas?

Lo maravilloso de Pentecostés es que para que todos se entendieran no fue necesario que hablaran la misma lengua (en aquella época podría haber sido el latín, lengua del imperio romano, o cualquier otra lengua más extendida): cada uno hablaba y entendía en su «lengua nativa«. El Espíritu Santo introdujo una especie de traducción simultánea o multilingüismo, respetando a la vez la lengua materna de cada uno.

Porque una lengua es algo más que la suma de un vocabulario y unas reglas gramaticales. Es un patrimonio y vehículo sociocultural de una comunidad de hablantes. De ahí quizá el fracaso del esperanto, lengua técnicamente impecable pero sin raíces culturales ni sociales.

Nuestras lenguas oficiales

En España no tenemos una lengua oficial española, tenemos cuatro: el castellano, el catalá, el euskara y el galego. No somos los únicos en el mundo. El plurilingüismo es una realidad más universal de lo que algunos desearían. De hecho existen 7.117 lenguas vivas, para un mundo de 194 estados. Tampoco somos los únicos en tener varias lenguas oficiales. Suiza, Canadá o Luxemburgo son ejemplos de una gestión inteligente de su riqueza lingüística, por hablar sólo de países comparables al nuestro. Una torpe gestión, en cambio, se puede encontrar en Bélgica (¡vaya!).

Pero en España en vez de ser vehículos de comunicación se está intentando convertir nuestras lenguas en armas de agresión, de segregación, de supremacismo y de odio. ¿Cómo es posible?

Atropellando el derecho de los hablantes

Se ha pretendido adscribir las lenguas a los territorios y/o a las administraciones centrales, autonómicas o locales. Pero la lengua es un DERECHO DE LOS HABLANTES, que deberían poder usar su lengua materna o en la que se sientan más cómodos de entre las lenguas oficiales reconocidas en su «vecindad administrativa». Junto al derecho de los hablantes están las obligaciones de las instituciones del Estado y las administraciones públicas de promover su uso, en particular en la relación de los ciudadanos con éstas, pero también en su protección y fomento no discriminatorio. El BOE se publica en las cuatro lenguas oficiales: ¿por qué no se pueden usar también en el Parlamento central o en el Museo del Prado?

Dejación de los gobiernos centrales y manipulación independentista

Pero los gobiernos centrales, tanto del PSOE como del PP, han dejado en manos de los partidos independentistas, en particular en Cataluña, la gestión (= represión) de la diversidad lingüística en España. Esa dejación es la venta de nuestra riqueza lingüística por un plato de lentejas (hoy estoy bíblico: Génesis, 25,27-34), o sea los votos que vienen bien para mantenerse en la poltrona de la Moncloa.

Y a su vez el independentismo está tratando de utilizar la lengua como arma de división e imposición política, asimilando lengua a territorio para así fabricar una «identidad» que no tiene base social ni lingüística, pero que atropella los derechos de mayorías (o minorías, da lo mismo) de la población.

Envidia del bilingüismo

En mi última visita a la Cartuja de Valldemossa, en Mallorca, paseando por sus terrazas coincidimos con un grupo de personas que hablaban en mallorquín (¿balear?, ¿catalán?). Al entablar conversación con ellas lo hicimos en la lengua que compartíamos, el castellano, sin que nadie se sintiera incómodo o forzado. La verdad es que no pude evitar expresar mi envidia por quienes podían pasar de una lengua a otra con esa naturalidad que he encontrado en multitud de ocasiones. Eso sin hablar de los efectos positivos que normalmente se atribuyen al bilingüismo, desde la capacidad para asimilar nuevas lenguas… ¡a la prevención del Alzheimer!

Referencia

Muchas ideas de este post se inspiran en el poco conocido pero revelador libro de Mercè Vilarrubias Por una Ley de Lenguas. Convivencia en el plurilingüismo.

El próximo post dentro de dos martes, el 23 junio 2020.

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