¿Estamos tristes?

La tristeza invasora

Parece que estamos viviendo una oleada colectiva de sentimientos negativos, entre los cuales sobresale la tristeza. El columnista del New York Times David Brooks escribía recientemente que “la ira y la tristeza en la cultura parecen reflejar la creciente decepción de las personas con sus vidas”. Para apoyar su argumentación aludía al último disco de Taylor Swift, Midnights, que recorre trece noches de insomnios plagadas de sentimientos negativos, entre los que destaca la tristeza. Brooks también cita estudios que analizan los contenidos de la música pop entre 1965 y 2015 o de medios de comunicación entre 2000 y 2019: en ambos casos la tristeza va comiendo el espacio a otros sentimientos más positivos. Esta negatividad cultural corre pareja con la negatividad en la vida, tal y como registra el Instituto Gallup en sus encuestas a nivel mundial.

Lo que nos dicen los hechos objetivos

Y sin embargo, las cifras que reflejan el bienestar mundial no dejan de crecer, a pesar de que podamos tener la sensación contraria. Hans Rosling en su libro -auténtico best seller- Factfulness. Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas, desmiente con paciencia y abundancia de datos que las cosas vayan a peor en el conjunto de nuestro planeta. Un resumen del mismo está disponible aquí.

Pero, como ocurre una y otra vez cuando se intenta conocer qué ocurre en nuestro mundo, el libro de Rosling cuenta la verdad pero no toda la verdad.

Junto a la mejora mundial de los niveles de vida hay otra realidad por debajo de ella: la creciente desigualdad. La media aritmética no basta, sino que a veces oculta una realidad más dura. Porque en un mundo hiperconectado todos tenemos al alcance de nuestra mano la posibilidad de comparar nuestra situación con la de otros colectivos sociales u otros países. Y cuando aspiramos a una vida mejor que aparece como señuelo en los medios de comunicación y no conseguimos alcanzarla la frustración, el desánimo y la tristeza nos abruman. Cruzar el Río Grande o el mar Mediterráneo es cada vez más atrayente y a la vez más difícil.

El sentimiento de pérdida y la curva del elefante

Los psicólogos sociales nos hablan del sesgo cognitivo de la aversión a la pérdida, es decir que sufrir pérdidas genera un impacto emocional (negativo) mucho mayor que el (positivo) que provoca una posible ganancia, incluso aunque ésta fuera de muy superior cuantía que la pérdida: nos duele más perder un poco que no haber ganado mucho.

Hace nueve años el Banco Mundial publicaba una investigación sobre cómo había evolucionado la distribución mundial de la renta en las últimas décadas. Sus autores -Christoph Lakner y Branko Milanovic- trazaron un gráfico que se ha hecho famoso: el de la curva del elefante. Los investigadores reflejaron en el eje horizontal al conjunto de la humanidad según sus percentiles de renta. Una persona ocupa el (per)centil 30 si el 30% de la humanidad tiene una renta por debajo de la suya y el 70% restante por encima. A mayor percentil, mayor bienestar material. El eje vertical plasma cuánto ha mejorado su renta entre 1988 y 2008, en la era de globalización. (Un resumen puede verse también aquí).

El gráfico tomaba la forma de la silueta de un elefante: la población de los países en desarrollo -percentiles 10 a 70- había mejorado sustancialmente su nivel de renta (el lomo del elefante) al igual que el estrato super-rico a nivel mundial (la trompa ascendente del elefante). Situadas entre ambos segmentos las clases medias y trabajadoras de los países desarrollados -percentiles 75 a 95- habían sufrido la pérdida, tanto en términos absolutos como relativos.

Pérdida subjetiva + nostalgia fabricada = populismo

Este sentimiento de pérdida, incluso aunque no responda a una disminución objetiva de los niveles de riqueza, lo encontramos por desgracia en muchos entornos sociales. El premio Nobel de economía Paul Krugman analizaba recientemente el caso del mundo rural en Estados Unidos, uno de los caldos de cultivo principales para el populismo reaccionario de Donald Trump.

Pero más cerca de nosotros, el independentismo catalán obedece al mismo esquema, como ya comenté en un post anterior.

En todos los casos el sentimiento de pérdida viene reforzado por la nostalgia de un pasado idílico que en realidad nunca existió como tal, pero que alimenta esa tristeza que nos justifica para estigmatizar y odiar al otro, ya sea emigrante, extranjero o español, o simplemente distinto a nosotros.

¿Qué hacer?

Para combatir sentimientos negativos como los que alimentan los populismos actuales no bastan las demostraciones matemáticas objetivas ni las concesiones paliativas o transferencias de recursos económicos. Es necesario un acercamiento hacia esas situaciones para que sin tener que ser compartidas al menos puedan ser entendidas. El camino no es fácil ni corto.

El próximo post dentro de dos martes, el 15 noviembre 2022

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Tecno-populismo: todo para el pueblo pero sin el pueblo

Las ideas difundidas por la Ilustración del siglo XVIII (perdón por remontarme a un siglo que parece va a desaparecer de la asignatura de historia de nuestro bachillerato, para pasmo de la Real Academia de la Historia), que atacaban los planteamientos del Antiguo Régimen, fueron asumidas por un grupo de monarcas impulsores del enriquecimiento cultural de sus países, que adoptaron un discurso paternalista desde entonces llamado Despotismo Ilustrado.

Déspotas (más o menos) ilustrados

Carlos III de España, Catalina II de Rusia, Gustavo III de Suecia, José I de Portugal, María Teresa I de Austria y su hijos José II de Austria y Leopoldo II de Austria, Federico II de Prusia y Luis XVI de Francia, fueron algunas de las figuras más conocidas. Se apostaba por un cambio pacífico orientado desde arriba para educar a las masas no ilustradas. Los problemas del Estado absolutista requerían de la colaboración de personas cualificadas y con nuevas ideas, dispuestos a reformar e impulsar el desarrollo político y económico de las naciones, para así lograr una mayor eficiencia del Estado, en beneficio de este y de los súbditos. En definitiva: todo para el pueblo, pero sin el pueblo.

Federico II de Prusia: el Grande

Ecos de este absolutismo paternalista vuelven a resonar en la Rusia contemporánea de Vladimir Putin. Pero en nuestro propio país la tentación del despotismo ilustrado parece recibir un nuevo impulso en lo que se ha bautizado como tecno-populismo.

Todo para el pueblo…

La palabrería populista, sensacionalista y sensiblera es una constante en las declaraciones de las élites políticas servidas diariamente por los medios de “comunicación”. Contamos con dos tipos de “ofertas políticas”: la de los dos partidos mayoritarios, centradas en el “no los votes a ellos que es peor”; y las de los partidos minoritarios, orientadas al “ellos no te representan (nosotros sí)”.

En el primer caso parece que hay un juego del tipo fiestas del pueblo con vaquilla: que me embista a mí y así gano protagonismo. En el PSOE son expertos Adriana Lastra o el ministro Bolaños y en el PP Isabel Díaz Ayuso. Entre los partidos independentistas catalanes la lista sería interminable: desde Gabriel Rufián hasta Carles Puigdemont, pasando por decenas de meritorios. El papel que les queda a las “masas no ilustradas” es aplaudir o abuchear para ser llevadas a votar en consecuencia: “Panem et circenses” como ya dijo el poeta romano Juvenal.

…pero sin el pueblo

Pero una cosa es reclamar el apoyo electoral y otra cosa es intentar conocer los deseos y necesidades de la población y obrar en consecuencia. ¿Y cómo hacerlo?

Una aproximación burda pero al alcance de cualquier político es precisamente lo que la población ha votado en las elecciones. Porque no es de recibo que se aprueben leyes con los votos parlamentarios de quienes no representan sumados ni a la mitad del electorado.

Pero si se quiere “ilustrar a las masas” la vía es poner en marcha mecanismos de control de las cuentas públicas, de transparencia de lo que las Administraciones hacen en cada nivel, de rendición de cuentas de la legión de asesores de las élites políticas, de los gastos discrecionales, etc.

Como ejemplo reciente tenemos el Proyecto de «Ley de institucionalización de la evaluación de políticas públicas en la Administración General del Estado«, tramitado como suele ser ya habitual por el procedimiento de urgencia, y que una entidad tan poco dada a la exageración como es la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA), lo califica de “decepcionante, poco ambicioso y confuso” en un reciente informe.

El tecno-populismo, versión moderna del despotismo ilustrado

El ejemplo más reciente lo tenemos en la cruzada emprendida por Yolanda Díaz y su movimiento Sumar, un “movimiento ciudadano que busca un nuevo contrato social”. Como buen movimiento populista su proyecto “no va de partidos ni de siglas, sino de escuchar a la sociedad”.

Hasta aquí nada nuevo. Lo llamativo es la forma de escuchar a la sociedad. Aunque no ha concretado en qué consiste ese contrato social, cabe suponer que una parte fundamental del mismo se referirá a la crisis climática. Por eso la primera “sesión de escucha” consistió en una reunión de hora y media con una selección de 34 jóvenes procedentes de distintas organizaciones climáticas, medioambientales o juveniles, y durante ese rato Yolanda Díaz apuntaba con cuaderno y bolígrafo lo que estaba escuchando de la sociedad, a algo menos de tres minutos por intervención. Sólo la prensa estaba invitada como testigo de lo sucedido, fotos incluidas.

Creo que nadie espera que eso sea realmente escuchar a la sociedad y supongo que el programa medio-ambiental de Yolanda Díaz irá más allá de lo que haya podido recoger en su cuaderno y tendrá que echar mano de algún equipo de tecno-ilustrados, déspotas o no. La historia, incluso la que ya no se va a estudiar en el bachillerato, se repite.

El próximo post, tras el paréntesis veraniego, el martes 6 septiembre 2022