En una democracia es consustancial acudir a las urnas periódicamente. Hay quien creen que votamos demasiadas veces y hay quien piensa lo contrario. Pero a la hora de hablar sobre por qué votamos lo que votamos las discrepancias se disparan más y el debate se hace pasional. Se dice, aunque no comparto, que «nos merecemos los dirigentes que tenemos», lo que viene a querer decir que votamos torpemente y después pasa lo que pasa.

Uno: por qué votamos lo que votamos
Existe toda una cadena causal que desemboca en la papeleta que elegimos.
En primer lugar nuestra capacidad para sopesar los pros y contras de cada opción electoral es bastante limitada, y eso suponiendo que cada partido hubiera explicado previamente cómo piensa lidiar con los principales problemas económicos, sociales o políticos.
Sólo un ejemplo. ¿Qué propone cada partido político sobre los 140.000 millones de euros (sí: 140.000.000.000 de euros; la propia cifra ya marea) que el Instrumento Europeo de Recuperación, «Next Generation EU» (NGEU) asigna a España para los próximos años? El NGEU marcará nuestra situación económica y de bienestar personal actual y futura, y la de nuestro entorno. ¿Cuántas discusiones familiares con nuestro cuñado «fachoso» o nuestra sobrina «podemita» hemos dedicado a este tema? Claro que el Parlamento español tampoco invirtió mucho más tiempo para debatir el Real Decreto-Ley que lo regula.
Dos: los temas públicos de debate
Las declaraciones de los políticos y los ecos cruzados continuos en los medios de comunicación y redes sociales nos marcan al común de los mortales la agenda de cuáles son los temas «de actualidad» que hay que debatir: desde Rocío Carrasco (Rociíto) hasta la familia real británica, pasando por la campaña de vacunación o las elecciones a la Comunidad de Madrid. Los temas que se nos ofrecen no son los que elegimos sino más bien los que puedan llamar más nuestra atención, en una espiral cada vez más sensacionalista, porque ya sabemos que la atención es un bien escaso y encima nos piden que la «prestemos«.
A partir de este carrusel mediático es como nos formamos una imagen de lo que ofrece cada alternativa política. Nuestras capacidades cognitivas son tan escasas como nuestra atención, además de sesgadas, por lo que sólo podemos retener unas pocas pinceladas para dibujar dicha imagen. ¿Qué rasgos seleccionar? Aquí viene el tercer elemento.
Y tres: las emociones como herramienta para tomar partido
No estamos para florituras, matizaciones o distingos. Tenemos que poder elegir con sencillez a qué carta quedarnos y el instrumento más socorrido para ello es echar mano de las emociones: nos gusta un partido o no nos gusta; nos cae bien o nos cae mal; estamos a favor o en contra; etc. Y si estamos a favor de un partido en un tema concreto casi seguro que estaremos también de acuerdo con él en cualquier otra cuestión; aunque lo habitual es estar más «en contra de…» que «a favor de…«. Esto viene alimentado por la crispación que políticos y medio de comunicación fomentan permanentemente.
En consecuencia al final votamos con el corazón, a pesar de que muchas veces el corazón no quede totalmente satisfecho.
Por eso necesitamos representantes [políticos]…
Con este panorama es imposible que 47 millones de españoles nos pongamos de acuerdo ni siquiera en las cosas más básicas. De ahí la necesidad de elegir quien represente mejor los principales enfoques sociales y políticos (aunque sean emocionales), para que después esas personas lleguen a acuerdos y compromisos que hagan posible la gestión de los bienes comunes de toda la sociedad.
…aunque no sea suficiente
¿Cómo es posible pasar del «me cae bien o me cae mal» a gestionar los 140 mil millones y muchísimas cosas fundamentales más, que ponemos en manos de nuestros representantes políticos? Es un salto en el vacío que da vértigo. Por eso hacen falta también otros ingredientes.
Se habla en primer lugar de un Estado de Derecho, es decir de fijar unas reglas democráticas que deben ser cumplidas por todos, empezando en particular por los representantes políticos. Y aquí hay que incluir una regulación más estricta de los propios partidos políticos que son en España excesivamente poderosos y poco democráticos externa e internamente.
En segundo lugar se habla de las «virtudes democráticas» que Levitsky y Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias denominan los dos guarda-raíles de la democracia; a saber: el respeto mutuo y la contención. ¿Qué nota sacan nuestros políticos en respeto mutuo y contención? Además hay que añadir los deberes de transparencia y rendición de cuentas ante los votantes ¿Qué tal por este lado?
Pero también tenemos nuestros deberes: la sociedad civil debe «atar más en corto» al Estado, por medio del asociacionismo y la participación. No insisto aquí más sobre este punto.
El próximo post dentro de dos martes, el 27 abril 2021