Indignados de izquierdas y de derechas

​¿Qué ha quedado del 15-M?

Hace ahora diez años, con Zapatero de Presidente de Gobierno y Rubalcaba de Ministro del Interior, estalló el movimiento del 15-M. Los «indignados» -conocidos así en todo el mundo- protestaban por el impacto brutal de la crisis de 2008 y la torpe gestión por parte del gobierno; pero también protestaban por el alejamiento de la clase política: «no nos representan«, gritaban. En las elecciones de ese mismo año el PSOE, con Rubalcaba de candidato, cosechaba su peor derrota electoral en muchos años.

El sociólogo polaco Zigmunt Bauman lo diagnosticó así: “El 15-M es emocional, le falta pensamiento”. Pero su impulso fue aprovechado por una nueva formación política, Podemos, que en algunos momentos llegó a alcanzar en las encuestas electorales hasta un 25% de las preferencias de los españoles. La historia más reciente de Podemos y su líder es bien conocida y no necesita mayores comentarios.

​Indignados «de derechas»

Lo que sí es necesario señalar es que parte de ese «no nos representan» se ha trasladado al otro extremo del espectro político, capitalizado esta vez por Vox, y que en parte se apoya en el rechazo al independentismo que promueven algunos partidos catalanes, que a su vez se aprovecharon de la torpe gestión (otra vez) del gobierno de Zapatero de entonces.

No olvidemos además que la forma dominante de globalización está dejando atrás en los países desarrollados sectores enteros de clases medias y trabajadores cualificados. No perciben ni apoyo ni reconocimiento de su dignidad por parte de gobiernos supuestamente progresistas, y consideran que otros sectores reciben más protección que ellos mismos, hasta acabar sintiéndose extraños en su propia tierra. En Estados Unidos formaban la base de votantes de Donald Trump.

En España estos «patriotas indignados« se convierten así en la pieza que faltaba para que la protesta de los de abajo contra los de arriba se reconvierta en la protesta mutua entre extrema izquierda y extrema derecha.

Los líderes de ambos bandos fomentan y manipulan el enfrentamiento como instrumento para mantener la fidelidad de sus seguidores y su cosecha de votos. A esos líderes se les podría aplicar lo que el sociólogo norteamericano Charles Wright Mills denominaba los «administradores del descontento«.

​El modelo mesiánico

La retórica populista utilizada por los dos extremos no es nueva sino que se apoya en el esquema bíblico-mesiánico que siguió el pueblo judío en su camino desde Egipto a la tierra de Canaán, a saber: pueblo oprimido > pueblo escogido > líder carismático > travesía por el desierto > conquista de la tierra prometida, según el excelente análisis del filósofo y politólogo Michael Walzer en su obra Exodus and Revolution.

Esta idea de considerarse el pueblo escogido por Dios no ha sido de utilidad sólo para los judíos. El espíritu calvinista expansionista de los holandeses en el Siglo XVII o el de los norteamericanos en el momento del su independencia y su «conquista» del Oeste sigue las mismas pautas, siendo la creación del actual estado de Israel el último ejemplo en la reciente historia. Una y otra vez el «derecho» a la tierra prometida justifica la expulsión o aniquilación de los habitantes que hubiera en ese momento.

​Mesianismo en la política actual

Indignación y mesianismo van muchas veces de la mano. Resulta cómodo arropar un sentimiento de ira con la agradable sensación de que «Dios está con nosotros«. Nos quita la angustia de que quizá estemos obrando mal. Además nos hace sentirnos que formamos parte de algo más grande y por encima de nuestras voluntades individuales. Por eso encaja muy bien con algunas formas de actuar en política.

Así, la palabrería bíblica ya era utilizada profusamente por los anarquistas del siglo XIX, en una amalgama de mesianismo y propaganda.

En el Siglo XX son notorios los tintes bíblicos de las letras de las canciones denuncia de alguien como Bob Dylan, judío de nacimiento, convertido al cristianismo y Premio Nobel de Literatura.

Más cerca de nosotros, es conocido el discurso con tintes bíblicos de Pablo Iglesias, tal y como señala el historiador hispanista Ian Gibson, esta vez mezclando el mesianismo con la arrogancia y soberbia que aquél confesaba hace años, actitudes no tan lejanas de un mesianismo útil.

Ejemplos de mesianismo, por desgracia, no faltan. Pero quizá en el caso español algunos protagonistas no puedan deshacerse de ese tufillo eclesiástico, arrastrados por sus propios apellidos (Iglesias vs. Monasterio).

​Ir más allá de la indignación y, de paso, del mesianismo

La pasión es el carburante de todo movimiento social. Pero si dejamos que esa pasión la guíe otro estamos perdidos. Si dejamos que nos seleccionen con quién podemos hablar, a qué medios de comunicación acceder, qué emisores de mensajes escuchar… estaremos siempre a merced de otros. Sólo un espíritu crítico, pero abierto y dialogante, romperá las ataduras.

El próximo post dentro de dos martes, el 11 mayo 2021

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Votando con el corazón [roto]

En una democracia es consustancial acudir a las urnas periódicamente. Hay quien creen que votamos demasiadas veces y hay quien piensa lo contrario. Pero a la hora de hablar sobre por qué votamos lo que votamos las discrepancias se disparan más y el debate se hace pasional. Se dice, aunque no comparto, que «nos merecemos los dirigentes que tenemos», lo que viene a querer decir que votamos torpemente y después pasa lo que pasa.

Uno: por qué votamos lo que votamos

Existe toda una cadena causal que desemboca en la papeleta que elegimos.

En primer lugar nuestra capacidad para sopesar los pros y contras de cada opción electoral es bastante limitada, y eso suponiendo que cada partido hubiera explicado previamente cómo piensa lidiar con los principales problemas económicos, sociales o políticos.

Sólo un ejemplo. ¿Qué propone cada partido político sobre los 140.000 millones de euros (sí: 140.000.000.000 de euros; la propia cifra ya marea) que el Instrumento Europeo de Recuperación, «Next Generation EU» (NGEU) asigna a España para los próximos años? El NGEU marcará nuestra situación económica y de bienestar personal actual y futura, y la de nuestro entorno. ¿Cuántas discusiones familiares con nuestro cuñado «fachoso» o nuestra sobrina «podemita» hemos dedicado a este tema? Claro que el Parlamento español tampoco invirtió mucho más tiempo para debatir el Real Decreto-Ley que lo regula.

Dos: los temas públicos de debate

Las declaraciones de los políticos y los ecos cruzados continuos en los medios de comunicación y redes sociales nos marcan al común de los mortales la agenda de cuáles son los temas «de actualidad» que hay que debatir: desde Rocío Carrasco (Rociíto) hasta la familia real británica, pasando por la campaña de vacunación o las elecciones a la Comunidad de Madrid. Los temas que se nos ofrecen no son los que elegimos sino más bien los que puedan llamar más nuestra atención, en una espiral cada vez más sensacionalista, porque ya sabemos que la atención es un bien escaso y encima nos piden que la «prestemos«.

A partir de este carrusel mediático es como nos formamos una imagen de lo que ofrece cada alternativa política. Nuestras capacidades cognitivas son tan escasas como nuestra atención, además de sesgadas, por lo que sólo podemos retener unas pocas pinceladas para dibujar dicha imagen. ¿Qué rasgos seleccionar? Aquí viene el tercer elemento.

Y tres: las emociones como herramienta para tomar partido

No estamos para florituras, matizaciones o distingos. Tenemos que poder elegir con sencillez a qué carta quedarnos y el instrumento más socorrido para ello es echar mano de las emociones: nos gusta un partido o no nos gusta; nos cae bien o nos cae mal; estamos a favor o en contra; etc. Y si estamos a favor de un partido en un tema concreto casi seguro que estaremos también de acuerdo con él en cualquier otra cuestión; aunque lo habitual es estar más «en contra de…» que «a favor de…«. Esto viene alimentado por la crispación que políticos y medio de comunicación fomentan permanentemente.

En consecuencia al final votamos con el corazón, a pesar de que muchas veces el corazón no quede totalmente satisfecho.

​Por eso necesitamos representantes [políticos]…

Con este panorama es imposible que 47 millones de españoles nos pongamos de acuerdo ni siquiera en las cosas más básicas. De ahí la necesidad de elegir quien represente mejor los principales enfoques sociales y políticos (aunque sean emocionales), para que después esas personas lleguen a acuerdos y compromisos que hagan posible la gestión de los bienes comunes de toda la sociedad.

​…aunque no sea suficiente

¿Cómo es posible pasar del «me cae bien o me cae mal» a gestionar los 140 mil millones y muchísimas cosas fundamentales más, que ponemos en manos de nuestros representantes políticos? Es un salto en el vacío que da vértigo. Por eso hacen falta también otros ingredientes.

Se habla en primer lugar de un Estado de Derecho, es decir de fijar unas reglas democráticas que deben ser cumplidas por todos, empezando en particular por los representantes políticos. Y aquí hay que incluir una regulación más estricta de los propios partidos políticos que son en España excesivamente poderosos y poco democráticos externa e internamente.

En segundo lugar se habla de las «virtudes democráticas» que Levitsky y Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias denominan los dos guarda-raíles de la democracia; a saber: el respeto mutuo y la contención. ¿Qué nota sacan nuestros políticos en respeto mutuo y contención? Además hay que añadir los deberes de transparencia y rendición de cuentas ante los votantes ¿Qué tal por este lado?

Pero también tenemos nuestros deberes: la sociedad civil debe «atar más en corto» al Estado, por medio del asociacionismo y la participación. No insisto aquí más sobre este punto.

El próximo post dentro de dos martes, el 27 abril 2021