Desmontando la democracia

Asimilamos democracia a votar cada equis años. Nada más lejos de la realidad. El mismísimo Franco organizó un referéndum y se podía votar para elegir el tercio familiar de las Cortes franquistas. También se vota en la Rusia de Putin, ¡e incluso en Corea del Norte se elige entre diferentes (¿?) partidos!

Llevamos tiempo oyendo las voces que denuncian la erosión y desmontaje de las democracias existentes. Aquí me centraré más bien en el camino para remontar la situación.

La democracia como sistema

La democracia es un sistema de convivencia social basado en dos pilares:

  • la moderación y deseo de llegar a acuerdos entre los distintos sectores sociales, directamente y a través de sus representantes políticos

  • la separación de poderes y el control de la sociedad civil sobre el Estado.

Primer pilar

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su conocida obra Cómo mueren las democracias denominan guardarraíles de la democracia a dos reglas: la tolerancia mutua y la contención institucional.

Pero andamos lejos de la tolerancia cuando cada cuestión que se plantea en los medios de comunicación y las redes sociales se reduce a señalar culpables, levantar frentes contra algo o alguien y exacerbar las diferencias a base de ofendidismo y ruido mediático.

Y andamos lejos de la contención institucional cuando el Parlamento no es más que un lugar de recuento de votos. Sólo se pretende que los votos a favor sumen uno más que los votos en contra utilizando el famoso “rodillo” parlamentario.

Y también andamos lejos de la contención cuando utilizamos todas las argucias posibles para violentar normas y costumbres de funcionamiento y así sacar adelante lo que nos viene bien en cada momento.

Segundo pilar

El segundo pilar también se resquebraja. Por un lado no existe equilibrio y separación de poderes entre el legislativo, ejecutivo y judicial.

Cuando el Parlamento no legisla sino que lo hace el gobierno (poder ejecutivo); cuando el poder legislativo no es más que un sumatorio de votos para elegir Presidente de Gobierno y aprobar lo que éste decide, no existe separación entre ambos poderes. Del tercer poder -el judicial– creo que no hace falta hablar.

Daron Acemoglu y James Robinson, autores del famoso libro Por qué fracasan los países, escribieron posteriormente El pasillo estrecho, con un significativo subtítulo: “¿Por qué algunas sociedades han conquistado la libertad y otras se ven sometidas a tiranías o regímenes incompetentes?

Los autores recalcan la necesidad de un estado fuerte, que evite el caos de los llamados “Estados fallidos”, pero a la vez una sociedad fuerte que controle a ese Estado para que no evolucione hacia la tiranía del Leviatán.

¿Y qué es controlar al Estado? Además de la necesidad del equilibrio y separación de poderes, significa transparencia en la actuación de las administraciones públicas, dar cuenta de cada céntimo de gasto, poder revisar de verdad el comportamiento de los dirigentes públicos, contar con unos medios de comunicación que no sean pareja interesada del partido político de turno, etc.

¿Revisar el régimen nacido en 1978?

En el caso español algunos dirigentes políticos claman contra el sistema definido por la Constitución de 1978. Creo que necesita una revisión profunda, pero justamente en el sentido contrario a lo que propugnan esas voces.

Porque lo que la Constitución actual y su desarrollo orgánico posterior han consagrado es un sistema que pone en manos de las cúpulas de los partidos políticos todo el poder. El control férreo en la confección de las listas electorales, cerradas y bloqueadas, la acumulación de poder interno de cada partido en la figura de su secretario general, etc. convierten las formaciones políticas en pequeñas dictaduras. En las urnas electorales no elegimos: simplemente votamos lo que esos reyezuelos han elegido.

Y a renglón seguido, el líder ganador de las elecciones (generales, autonómicas o locales) reparte el botín de la administración pública entre sus fieles: cargos políticos de todo tipo, ejército de asesores cuyas funciones y sueldos se ocultan, presidencias de empresas públicas, personal al servicio de concejales, diputados, Diputaciones provinciales, etc. De este modo si algún candidato no ha conseguido escaño se le contrata a costa del dinero público. La papeleta electoral se convierte más bien en un cheque en blanco y sin límite de fondos.

Construir desde la sociedad civil

La forma que este moderno Leviatán, gestionado por las cúpulas de los partidos, actúa para evitar que la sociedad civil le controle es la vieja arma de “divide y vencerás”: la polarización social y la crispación basada en la indignatitis identitaria -fomentadas por esas cúpulas y los medios de comunicación afines- son el cáncer que corroe a la sociedad civil e impide la formación de consensos sociales, indispensables para reconstruir los dos pilares de la democracia a los que se aludía más arriba.

Es un camino lento y difícil pero, quizá por ello, más urgente que nunca.

El próximo post dentro de dos martes, el 13 diciembre 2022

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La crisis de los veintitantos

Entre el ruido mediático y las broncas entre los partidos políticos que lo nutren no nos queda tiempo ni espacio para centrarnos en problemas de fondo: sólo caben interrupciones para la publicidad.

Impacto social del Covid

Se ha dedicado una justificada atención a las altas tasas de mortalidad que el Covid ha producido entre la población de edad avanzada, en particular la localizada en residencias de mayores. Pero otro segmento de población -el de los jóvenes– soportó un impacto psicológico y social poco estudiado aunque de alcance y consecuencias profundas.

Así, la serie de encuestas que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) dedicó a los efectos sociales del Covid muestran cómo la población entre 18 y 34 años reflejan en comparación mayor “inquietud por las medidas que pueden limitar los contactos y las relaciones cara a cara”, mayor “miedo por no poder emprender ya proyectos vitales como emanciparse, o abrir un negocio, o hacer algún viaje”, o mayor “inquietud y temor ante el futuro”. También declaran superiores niveles de tensión, ansiedad, soledad, depresión, preocupación o tristeza.

¿Hay motivo para ello?

Hay cosas en la vida que tienen un momento apropiado para realizarlas y una de ellas es comenzar a salir del nido familiar y explorar el entorno social de amistades, relaciones y ligoteo.

Alguien cercano me comentó que justo cuando su hija iniciaba la adolescencia y por tanto debía ir creando su red primaria de amistades, el Covid impuso el confinamiento domiciliario y cortó de raíz esa fase trascendental en la maduración de una persona. Es algo que no se puede dejar para más adelante: tiene su ocasión y su circunstancia.

Entre jóvenes veinteañeros esas trabas al desarrollo de las interacciones sociales y relacionales son las que aparecen reflejadas en las encuestas del CIS. Pero no es sólo una cuestión derivada de las normas impuestas para la lucha contra la pandemia: “la ansiedad, la depresión, la angustia y la desorientación incapacitantes son la norma” de los jóvenes, escribe la terapeuta Satya Doyle Byock en un reciente libro.

Un tiempo distinto, una realidad nueva… y sin un guión fiable

Cada generación joven se encuentra con una realidad que ha sido modulada por las generaciones anteriores y los criterios de lo que debe hacerse y cómo debe hacerse les vienen prefijadoss. Pero el entorno social, económico y laboral no es el mismo de antaño, por mucho que nos empeñemos.

Tomemos el ejemplo de la actividad laboral. Para muchos jóvenes actuales la aspiración en la vida no es “labrarse un porvenir” o medrar laboralmente. Es una generación que no entiende que haya que vivir para trabajar. No rehuyen el trabajo, pero lo viven de otra manera. Son cuidadosos con los tiempos de trabajo y no trabajo, no admiten sin más las horas extras, les preocupan los tiempos de desplazamientos de casa al trabajo, etc. Por eso son tan sensibles al teletrabajo.

¿Bienvenidos al mundo del trabajo?

No se puede decir que el entorno laboral reciba con alegría las nuevas generaciones de jóvenes. Las cifras son más bien deprimentes:

  • en 2021 la tasa de paro de los jóvenes entre 16 y 34 años era del 22,3%, frente al 12,1% del resto de edades, duplicando las cifras de 2006 (11,4% y 6,4%, respectivamente)
  • más del 56% de jóvenes entre 16 y 29 años tienen empleos precarios (temporales, discontinuos, etc.), frente al 22% del resto de edades, cifras que mejoraron de a 2006 a 2021 para los mayores de 30 años pero no para los jóvenes
  • la media salarial de los jóvenes no supera el mileurismo hasta que se llega al tramo de edad de los 25-29 años.

¿Y la construcción de un hogar?

La deficitaria situación laboral tiene su reflejo directo en los niveles de renta y riqueza de cada generación. Uno de los elementos claves para el bienestar y “resiliencia” de las familias en situaciones económicas adversas es el acceso a la propiedad de la vivienda, tal y como señala un reciente estudio de Fedea. Hasta hace 20 años todas las generaciones de familias españolas eran mayoritariamente propietarias de una vivienda. Ésta ha constituido la base material de desarrollo de una familia.

Esto se acabó. Las nuevas generaciones de jóvenes carecen de los recursos para iniciar con solvencia la compra de vivienda. La Encuesta Financiera de las Familias que elabora el Banco de España muestra que si en 2002 todavía el 66% los hogares encabezados por alguien menor de 35 años eran poseedores de la vivienda principal, esta cifra ha caído al 36% en 2020. ¿Y acceder a un alquiler? Mejor no preguntar en los tiempos que corren.

El último grito de rebelión de la juventud española sonó el 15-M, durante el gobierno de Zapatero. Quienes se declararon representantes políticos del mismo se han reconvertido en otro partido electoralista más

El próximo post dentro de dos martes, el 29 noviembre 2022

¿Estamos tristes?

La tristeza invasora

Parece que estamos viviendo una oleada colectiva de sentimientos negativos, entre los cuales sobresale la tristeza. El columnista del New York Times David Brooks escribía recientemente que “la ira y la tristeza en la cultura parecen reflejar la creciente decepción de las personas con sus vidas”. Para apoyar su argumentación aludía al último disco de Taylor Swift, Midnights, que recorre trece noches de insomnios plagadas de sentimientos negativos, entre los que destaca la tristeza. Brooks también cita estudios que analizan los contenidos de la música pop entre 1965 y 2015 o de medios de comunicación entre 2000 y 2019: en ambos casos la tristeza va comiendo el espacio a otros sentimientos más positivos. Esta negatividad cultural corre pareja con la negatividad en la vida, tal y como registra el Instituto Gallup en sus encuestas a nivel mundial.

Lo que nos dicen los hechos objetivos

Y sin embargo, las cifras que reflejan el bienestar mundial no dejan de crecer, a pesar de que podamos tener la sensación contraria. Hans Rosling en su libro -auténtico best seller- Factfulness. Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas, desmiente con paciencia y abundancia de datos que las cosas vayan a peor en el conjunto de nuestro planeta. Un resumen del mismo está disponible aquí.

Pero, como ocurre una y otra vez cuando se intenta conocer qué ocurre en nuestro mundo, el libro de Rosling cuenta la verdad pero no toda la verdad.

Junto a la mejora mundial de los niveles de vida hay otra realidad por debajo de ella: la creciente desigualdad. La media aritmética no basta, sino que a veces oculta una realidad más dura. Porque en un mundo hiperconectado todos tenemos al alcance de nuestra mano la posibilidad de comparar nuestra situación con la de otros colectivos sociales u otros países. Y cuando aspiramos a una vida mejor que aparece como señuelo en los medios de comunicación y no conseguimos alcanzarla la frustración, el desánimo y la tristeza nos abruman. Cruzar el Río Grande o el mar Mediterráneo es cada vez más atrayente y a la vez más difícil.

El sentimiento de pérdida y la curva del elefante

Los psicólogos sociales nos hablan del sesgo cognitivo de la aversión a la pérdida, es decir que sufrir pérdidas genera un impacto emocional (negativo) mucho mayor que el (positivo) que provoca una posible ganancia, incluso aunque ésta fuera de muy superior cuantía que la pérdida: nos duele más perder un poco que no haber ganado mucho.

Hace nueve años el Banco Mundial publicaba una investigación sobre cómo había evolucionado la distribución mundial de la renta en las últimas décadas. Sus autores -Christoph Lakner y Branko Milanovic- trazaron un gráfico que se ha hecho famoso: el de la curva del elefante. Los investigadores reflejaron en el eje horizontal al conjunto de la humanidad según sus percentiles de renta. Una persona ocupa el (per)centil 30 si el 30% de la humanidad tiene una renta por debajo de la suya y el 70% restante por encima. A mayor percentil, mayor bienestar material. El eje vertical plasma cuánto ha mejorado su renta entre 1988 y 2008, en la era de globalización. (Un resumen puede verse también aquí).

El gráfico tomaba la forma de la silueta de un elefante: la población de los países en desarrollo -percentiles 10 a 70- había mejorado sustancialmente su nivel de renta (el lomo del elefante) al igual que el estrato super-rico a nivel mundial (la trompa ascendente del elefante). Situadas entre ambos segmentos las clases medias y trabajadoras de los países desarrollados -percentiles 75 a 95- habían sufrido la pérdida, tanto en términos absolutos como relativos.

Pérdida subjetiva + nostalgia fabricada = populismo

Este sentimiento de pérdida, incluso aunque no responda a una disminución objetiva de los niveles de riqueza, lo encontramos por desgracia en muchos entornos sociales. El premio Nobel de economía Paul Krugman analizaba recientemente el caso del mundo rural en Estados Unidos, uno de los caldos de cultivo principales para el populismo reaccionario de Donald Trump.

Pero más cerca de nosotros, el independentismo catalán obedece al mismo esquema, como ya comenté en un post anterior.

En todos los casos el sentimiento de pérdida viene reforzado por la nostalgia de un pasado idílico que en realidad nunca existió como tal, pero que alimenta esa tristeza que nos justifica para estigmatizar y odiar al otro, ya sea emigrante, extranjero o español, o simplemente distinto a nosotros.

¿Qué hacer?

Para combatir sentimientos negativos como los que alimentan los populismos actuales no bastan las demostraciones matemáticas objetivas ni las concesiones paliativas o transferencias de recursos económicos. Es necesario un acercamiento hacia esas situaciones para que sin tener que ser compartidas al menos puedan ser entendidas. El camino no es fácil ni corto.

El próximo post dentro de dos martes, el 15 noviembre 2022