Digitalización: ¡No les dejemos atrás!

Hablando sobre los mayores, pero sin los mayores

De pronto nos hemos dado cuenta del gran número de personas por encima de los 65 años en nuestra sociedad. Nos lo ha recordado el vergonzoso número de fallecidos habidos en las residencias de mayores durante la actual pandemia.

Sin embargo ya antes de la pandemia, la presencia de tantas personas mayores y su empecinamiento en seguir viviendo -los demógrafos hablan de «esperanza» de vida- era señalada con el dedo como la «causa» de la crisis del sistema de pensiones.

Pero también hay quien ve en la amenaza una oportunidad… de negocio: la llamada Silver Economy o Economía Plateada. Un reciente informe encargado por la Comisión Europea define la Silver Economy

«como la suma de toda la actividad económica que atiende las necesidades de las personas de 50 años o más, incluidos los productos y servicios que compran directamente y la actividad económica adicional que genera este gasto. (…) abarca una sección transversal única de actividades económicas relacionadas con la producción, el consumo y el comercio de bienes y servicios relevantes para las personas mayores, tanto públicas como privadas«

European Commission The Silver Economy (2018, p.6)

Es decir, de ser una molestia, la población mayor puede pasar a ser también una oportunidad de negocio: seguros y cuidados sanitarios, turismo «silver» tipo IMSERSO, hipotecas inversas y un largo etcétera.

A todo esto, ¿alguien se ha preguntado de quién estamos realmente hablando y qué es lo que quieren estas personas?

Distinguiendo situaciones y colectivos de mayores

El primer error es hablar de mayores como un conjunto homogéneo de personas con idénticos problemas, aspiraciones y capacidades. La mejora de la cantidad y calidad de los años de vida -sí es una mejora, no un problema- se traduce en que muchas personas mayores mantienen un alto nivel de participación y aportación a la sociedad en la que viven: experiencia vital y laboral, visión de conjunto de los problemas, capacidad de asimilar y utilizar las nuevas tecnologías, colaboración y solidaridad intergeneracional…

Más que de tramos de edad, deberíamos tener en cuenta las diferentes generaciones de personas mayores (los demógrafos hablan de cohortes). En general, por encima de los ochenta años de edad las personas han tenido escasa oportunidad de formarse y experimentar con la revolución de las nuevas tecnologías: no son «nativos digitales», con consecuencias terribles que señalaré más adelante.

Las situaciones personales también son diversas. Tómese como ejemplo el de muchas mujeres cuyo trabajo a lo largo de la vida se ha centrado en el hogar o en el negocio familiar, con escasa presencia en las relaciones sociales más allá de ese entorno, aislamiento que se agrava en el mundo rural.

La revolución digital, ¿para todos?

Según el Código Civil (artículo 6.1) «la ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento». Pero para no ignorar esas leyes no nos queda otro camino que el acceso al BOE exclusivamente vía internet. Y así un creciente número de informaciones, servicios y trámites como gestionar nuestra cuenta corriente del banco, pedir cita médica o hacer la declaración de la renta.

La digitalización ha venido para quedarse. Pero si se deja a su evolución «espontánea» supone de hecho una marginación y exclusión progresiva de segmentos extensos de personas mayores, en particular en zonas rurales y entre los mayores de ochenta años.

Este proceso supone:

  • la desaparición de la atención personalizada y «cara a cara» -incluso por vía telefónica- para el acceso a servicios públicos y privados: cierres de oficinas bancarias, traslado a internet de trámites con las Administraciones Públicas, etc.
  • la exigencia de una infraestructura tecnológica cada vez más sofisticada: fibra óptica en el hogar, Wi-Fi, terminales digitales (ordenadores, tablets, smartphones…)
  • la necesidad de una familiarización creciente con los programas y aplicaciones informáticos: software en constante actualización, exposición al ciber-crimen, «letra pequeña» de las páginas web y aplicaciones (cookies, etc.), redes sociales, etc.

Las implicaciones son alarmantes: exclusión social de las personas mayores, aumento de la soledad no deseada, exposición creciente a acciones delictivas de todo tipo, paternalismo social hacia los mayores e incremento de su dependencia

No les dejemos atrás

Si cerramos oficinas bancarias, imponemos pagos por el uso de carreteras incluyendo las que comunican los entornos rurales con «la civilización», exigimos unas destrezas avanzadas para descargarnos infinidad de «Apps» en nuestro «smartphone«, etc. ponemos a la generación de los 80 y más años no ya en «riesgo de exclusión social» sino que, lisa y llanamente, los excluimos de la sociedad.

Resulta jocoso que haya quien proponga que los mayores se inicien en internet por medio de ¡cursos online! Igual que hablamos de pobreza energética hay que hablar también de pobreza digital como problema social a afrontar, considerando no sólo los costes y la infraestructura necesaria sino también la familiarización de los NO nativos digitales con este nuevo entorno.

El próximo post dentro de dos martes, el 8 junio 2021

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Libertades Individuales vs. Controles Democráticos

​Nuestras libertades individuales

Estamos entre los países más avanzados del mundo en cuestión de derechos y libertades individuales: además de los consagrados en la Constitución de 1978, contamos con el derecho al divorcio, al aborto, al matrimonio homosexual, al cambio de sexo, a la muerte digna (eutanasia), a la libertad ideológica, religiosa y de culto, etc.

Otros derechos recogidos en la Constitución parecen más difíciles de convertirse en realidad: el derecho al secreto de las comunicaciones (art.18.3), a recibir libremente información veraz (art.20.1d), a acceder en condiciones de igualdad a las funciones y cargos públicos (art.23.2), el derecho al trabajo o a una remuneración suficiente (art.35.1), a la protección de la salud (art.43.1) o a una vivienda digna (art.47).

​¿Eso es todo?

La Constitución actualmente en vigor más antigua del mundo es la que las colonias británicas en el Nuevo Mundo se dotaron para crear los Estados Unidos de América en 1787. Su texto no recogía ninguna de las libertades individuales sino que estaba consagrada a los checks and balances, es decir el sistema de separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) y de equilibrio entre instituciones para cortar de raíz las tentaciones autoritarias por medio de rigurosos controles democráticos.

Sólo cuatro años después se añaden los primeros derechos individuales: las llamadas «enmiendas» recogidas en la Carta de Derechos o Bill of Rights. Pero sin controles democráticos el régimen político se resiente gravemente. No hay más que mirar a nuestro alrededor: la independencia del poder judicial en entredicho, deterioro de la transparencia en las acciones de los gobiernos a todos los niveles (el último ejemplo lo tenemos en la gestión de los fondos de rescate europeos), rendición de cuentas en declive, sustitución del debate político por la crispación mediática, etc.

Calidad democrática

Parece que el propio Congreso de los Diputados opinaba lo mismo ya que en 2016 creó la Comisión permanente para la auditoría de la calidad democrática, la lucha contra la corrupción y las reformas institucionales y legales, apoyada por todos los grupos políticos menos la abstención del PNV, y que preside Íñigo Errejón. La ausencia de resultados hasta la fecha nos trae a la mente la frase atribuida a Napoleón Bonaparte:

“Si quieres solucionar un problema, nombra un responsable; si quieres que el problema perdure, nombra una comisión”

Georges Clemenceau, primer ministro durante la Tercera República francesa, abundaba en lo mismo:

«Si quiere usted enterrar un problema, nombre una comisión»

De las libertades individuales a la exacerbación identitaria

Este desequilibrio entre libertades individuales y controles democráticos se ve agravado por la forma en que sectores que se autodenominan progresistas enfocan el desarrollo de las primeras. En efecto el reconocimiento necesario de los derechos de las minorías (y también mayorías) muchas veces no se traduce en una integración en la sociedad sino en un enfrentamiento entre «nosotros» («nosotras», «nosotres») y «ellos». Se pasa de un planteamiento inclusivo a uno excluyente y que puede llegar a la implantación de censuras de todo tipo. Un ejemplo entre muchos es el atropello del derecho a recibir la educación en la lengua materna, como ocurre en varias comunidades autónomas y bien refleja Mercè Vilarrubias en su libro Por una Ley de Lenguas. Convivencia en el plurilingüismo.

Cuando las libertades individuales no van acompañadas de un diálogo entre sectores de la población y un esfuerzo por llegar a consensos que mejoren la calidad democrática y el control y equilibrio de poderes, se genera una dinámica de consecuencias potencialmente devastadoras.

La tentación identitaria se convierte en un cáncer que corroe a la sociedad civil, de forma que cada vez estamos más fragmentados y enfrentados unos grupos sociales con otros. El sectarismo es el siguiente paso. Mientras tanto el Leviatán del Estado está más fuera de control que nunca y, lo que es peor, se abre la puerta a sueños (o pesadillas) mesiánicos y totalitarios.

El ejemplo más notorio fue la República de Weimar, el régimen político de Alemania de 1918 a 1933, entre la hecatombe de la Primera Guerra Mundial y el advenimiento del nazismo. Una de las características más notables de ese periodo fue el asociacionismo identitario que incrementó la polarización y las tensiones sociales.. El ascenso nazi se apoyó en esa densa y polarizada sociedad civil. Como recuerdan Acemoglu y Robinson en El pasillo estrecho,

«todo esto sucedía de acuerdo con posiciones sectarias. Incluso en los pueblos pequeños las asociaciones estaban divididas entre las de los católicos, los nacionalistas, los comunistas y los socialdemócratas. Un joven con simpatías nacionalistas pertenecería a clubes nacionalistas, acudiría a una iglesia nacionalista y probablemente socializaría y se casaría en el interior de estos círculos nacionalistas»

Ello no quiere decir que olvidemos que de forma natural pertenecemos a grupos sociales, familiares y de proximidad con los que nos sentimos más identificados a gusto. Pero una cosa no debería quitar la otra.

El próximo post dentro de dos martes, el 25 mayo 2021