Tras estos meses -incluso podríamos hablar de años- de una campaña electoral sin fin, ¿de qué balance podemos hablar?
Comenzando por lo menos importante
En el terreno estricto del desenlace electoral de la convocatoria a las urnas del 23 de julio, el resultado arroja una conclusión bastante simple: seguimos con la misma situación de inestabilidad política que ya teníamos, pero con las costuras más tensadas.
El voto prestado
¿Por qué se produce esta inestabilidad, que es similar a la que se puede encontrar también en otros regímenes democráticos de nuestro entorno? Una de las razones más importantes es que la participación ciudadana en la gobernanza y gestión de los asuntos públicos lleva decenios reduciéndose cada vez más al mero hecho de acudir a las citas electorales. Y nada más. Pero cuando la sociedad civil se siente “ninguneada” la única opción que nos queda es utilizar el voto como una señal que manda un mensaje de descontento.
Cuando las encuestas periódicas llevadas a cabo por el CIS preguntan a los entrevistados por su auto-ubicación ideológica, repetidamente y desde hace decenios el centro de gravedad de la sociedad españolase se sitúa en el centro-izquierda. De entrada, por tanto, la orientación del voto seguiría una distribución parecida a lo largo del conjunto de ofertas electorales disponibles en cada momento.
Pero cuando la actuación de las élites políticas de “mi” partido no se ajusta a “mis” expectativas, y a falta de otros cauces de participación en la vida pública, al votante no le queda más recurso que buscar diferentes opciones entre las nuevas ofertas electorales y otorgar -aunque “sea por esta vez”- su voto. Los partidos, en particular los nuevos partidos que reciben estos votos, no son conscientes que muchas veces se trata de votos “prestados”. Si sus dirigentes prefieren no ser conscientes de ello al poco tiempo se llevarán sorpresas como las que sufrieron en Ciudadanos, Podemos o Vox, pero también entre los independentistas catalanes y quizá en Sumar en un próximo futuro: todos ellos fueron formaciones políticas que en un momento dado llegaron a su techo electoral, para desinflarse posteriormente.
El problema se complica cuando ese voto prestado es además convertido por el propio partido receptor en una moneda de cambio para su uso privativo en las componendas de la llamada aritmética parlamentaria. El objetivo que en su momento buscaba el votante que andaba desencantado se pervierte: PERO YA ES TARDE.
Otro ejemplo clamoroso ha sido el referéndum del Brexit en el Reino Unido.
¿Y los problemas centrales?
Como ya indiqué hace unas semanas, las cuestiones que realmente importan siguen fuera del debate político, entre otras cosas porque los principales partidos coinciden más de lo que parece en esos temas, aunque aparenten lo contrario: su ADN es en el fondo muy parecido.
Se trata de una cuestión de la que también se ha hecho eco la prensa internacional.
La resaca electoral
Tras la tensa y agotadora campaña electoral (¿habrá acabado ya?) el electorado estamos sufriendo la resaca correspondiente.
El sociólogo norteamericano Richard Sennett describe al ciudadano como “consumidor de política que afronta las presiones que le impulsan a comprar”. (La cultura del nuevo capitalismo, p.116). Y continúa:
¿Es que la mercadotecnia de los líderes políticos ha llegado a parecerse a la venta de jabón, en la medida en que el consumidor político reconoce al instante marcas entre las que escoger en la estantería? Si contestamos afirmativamente a todo lo que se acaba de preguntar, el corazón de la política resulta ser la mercadotecnia”.
(p.117)
El hecho de votar se convierte así en un simple acto de consumo, al que ha estado dirigido toda la campaña publicitario-electoral previa. Se trata además de un consumo apasionado, como cuando no somos capaces de parar hasta que adquirimos ese objeto de nuestro deseo (un vestido, un coche, un video-juego, etc.), para después no sacarle ni la milésima parte del placer imaginado durante la fase casi febril que precede al instante de la compra.
La resaca consumista-electoral nos deja un agrio sabor de boca -en el caso que los “nuestros” no hayan ganado las elecciones- o el desconcierto del “ahora ¿qué?”, si los “nuestros” supuestamente triunfaron. Y además nos encomendamos a quien haga falta para no tener que volver a vivir a lo largo de una buena temporada este proceso electoral de pasión que se autoconsume de la que habla nuevamente Sennett.
…y la casa sin barrer
Pero los problemas, las grandes cuestiones, la economía, las desigualdades, el desempleo juvenil y no tan juvenil, la degradación del medio-ambiente, las tensiones mundiales, los conflictos sociales, etc. siguen ahí y no tienen visos de solucionarse a base de componendas parlamentarias.
Tampoco hemos avanzado un paso en el terreno de la participación de la sociedad civil en la vida política, a excepción claro del proceso periódico de consumo electoral antes descrito.
El próximo post, tras el paréntesis del mes de agosto, el 5 septiembre 2023