Más allá de los 70 años

La música y la vida

Me gusta concebir la vida como una pieza musical: una canción pop o una sinfonía clásica. Lo fascinante de la música es la posibilidad de disfrutarla momento a momento sin lamentar que hayan pasado ya los primeros compases. No paramos a mitad de la canción para pedir al intérprete que repita la primera parte de la misma, sino que seguimos experimentando las emociones que nos produce según pasan los segundos o los minutos. Es un intervalo de tiempo que no lamentamos que haya transcurrido, porque el placer está en ese paso del tiempo.

En nuestra vida somos a la vez audiencia e intérprete. A lo largo de la misma puede haber momentos musicales tristes o dramáticos. Incluso podemos desafinar de vez en cuando. Pero espero también que haya momentos de alegría y serenidad. Y debemos intentar que suene lo mejor posible, porque sólo la interpretamos una vez. Y como damos un único concierto, tenemos que ser comprensivos con nosotros mismos, ya que no hemos tenido muchos ensayos -más bien ninguno- antes del estreno.

Siete decenios

Todo esto viene a cuento porque hace menos de un mes cumplí siete decenios de mi vida. ¿Y ya está? ¿Esto es todo?

Según las estadísticas, en la mitad de los países del mundo la esperanza de vida al nacer de los varones está por debajo de esta cifra. Quizá por eso haya quien a mi alrededor me aconseje tomarme las cosas con calma y disfrutar relajadamente de los años que me quedan.

Desde aquí hasta el último acorde

No sé los años que aún «me quedan», aunque me gustaría pensar que al menos un par de decenios más. Nunca se sabe. Pienso en la muerte no como un momento horrible que hay que «esperar» con resignación, sino como el acorde final que sonará al cabo de equis compases.

Pero el tiempo que transcurra hasta entonces lo podemos aprovechar para desplegar un nuevo tema melódico que me gustaría dedicar a dejar a las siguientes generaciones un mundo mejor del que tenemos ahora mismo.

Ingredientes: la parte personal

Y entonces surge la pregunta: ¿esto, cómo se hace?

Hay una parte personal, compuesta por los temas y herramientas con los que cada uno puede contribuir de forma propia y única, pero no por ello de manera menos importante, para un resultado que sin duda será colectivo o no será. En mi caso particular mantengo mi pasión por el análisis de la realidad social y, desde principios de este año (formando parte de la batería de propósitos para el año nuevo) la publicación de este blog que va desgranando lo que pienso sobre diversos aspectos que me preocupan de la sociedad en la que vivimos. Eso sí, la libertad de expresión conlleva la posibilidad de recibir críticas, cosa que ya he recibido y -si respetuosas- serán siempre bienvenidas.

Ingredientes: la parte colectiva

Pero hay también una indispensable parte colectiva de colaboración y suma de esfuerzos entre intérpretes diversos. La clave aquí está en tener en cuenta que cada uno aportará un instrumento musical que puede ser diferente: no se puede obligar ni tiene sentido que todos toquemos la guitarra eléctrica, el acordeón o el violonchelo. Eso sonaría bastante tostón, por muy políticamente correcto que a alguien le pueda parecer.

La diversidad sonora requiere también que de alguna forma haya comunicación entre los intérpretes: respetar la afinación, los tiempos, el momento de cada instrumento, etc.

Más aún. En la música clásica se habla de la forma sonata como esquema típico de exposición de los materiales sonoros, que incluye las variaciones sobre un tema, el contrapunto entre melodías diferentes, etc. Es decir, todo menos la uniformidad, contribuyendo así a la creación de una pieza musical que nos llega y nos llena. Por supuesto, contamos también -de vez en cuando- con los solistas en tanto en cuanto contribuyen al resultado final.

Asociarse

De aquí mi insistencia en la necesidad de asociarse y tender puentes entre colectivos diferentes, como señalaba en otro lado.

Uno puede darse de alta en asociaciones de tipo profesional, en el seno de las cuales compartir recursos, ideas, experiencias y -por qué no- crear una voz colectiva para participar en la vida social. Pero también cabe compartir rasgos comunes ligados a la edad, la situación laboral o cualquier otro aspecto en el que nos podamos identificar.

En fin, en muchos casos queremos contribuir a una causa social, resolver un problema sangrante o incluso promover un tipo de política para la colectividad de la que formamos parte, desde las ONGs (de las que hablaré otro día) hasta los partidos políticos.

Si miramos a nuestro alrededor encontraremos oportunidades para todo ello. La clave está en que asociarse no sea excluir al otro, sino tender puentes entre distintos.

El próximo post, dentro de seis martes -tras el paréntesis veraniego-, el 1 septiembre 2020

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