A quiénes ayudan las ayudas públicas

En las sociedades capitalistas se entiende como Estado del bienestar un modelo general según el cual el Estado provee servicios en cumplimiento de los derechos sociales a la totalidad de los habitantes de un país.

Las desigualdades que el sistema capitalista genera de forma continua podrían corregirse, al menos en parte, si hubiera cauces al alcance de toda la población para acceder por sí misma a una formación suficiente, una actividad laboral digna y una protección social que rescate de la vulnerabilidad, la pobreza y el desamparo en cualquier momento de la vida. Pero la lógica de la acumulación capitalista y el desigual reparto del acceso a la riqueza impiden per se que una gran mayoría de la población no tenga ni siquiera lo suficiente para llevar una vida digna. Según el filósofo Harry Frankfurt “desde el punto de vista de la moralidad no es importante que todo el mundo tenga lo mismo. Lo moralmente relevante es que cada cual tenga lo suficiente”.

¿Qué pasa cuando mucha gente no tiene lo suficiente y el funcionamiento del sistema no corrige esa situación sino que tiende incluso a perpetuarla?

En un estudio publicado por la Fundación la Caixa -primer accionista del banco mayor de España- los académicos Luis Ayala y Olga Cantó señalan que “uno de los problemas sociales y económicos más importantes de España es el alto nivel de desigualdad en la distribución de ingresos, sensiblemente mayor que en la mayoría de los países europeos. Una de las razones principales de esta realidad es la menor capacidad redistributiva del sistema de impuestos y prestaciones sociales”. (En el estudio se tiene el “detalle” de advertir que “La Fundación ‘la Caixa’ no se identifica necesariamente con la opinión de los autores de esta publicación”).

En este caso el Estado del bienestar debería poner en marcha mecanismos para evitar o al menos paliar este estado de cosas. Existen dos formas de actuar. La primera consiste en actuar sobre los mercados, las reglas de la competencia, el control de los abusos, el acceso a la formación, a la vivienda, a un trabajo digno, a la sanidad, al retiro suficiente, etc. por medio de acciones legislativas o de intervención directa sobre la actividad económica y su impacto sobre la población. Se trata de incidir en los mecanismos que generan desigualdad.

La segunda forma es paliando los casos concretos con ayudas directas de índole económico a quienes se encuentran en situación de pobreza, vulnerabilidad, etc. Se pretende incidir no en las causas sino en las consecuencias. Nos alejamos así del consejo de Confucio: “dale un pez al hombre y comerá un día, enséñale a pescar y podrá comer toda la vida”.

A quién se ayuda en España

Esa segunda forma “paliativa” es la que se utiliza en España desde hace décadas, sin que los gobiernos -cualquiera que sea su color político- la hayan modificado.

No es difícil detectar situaciones de necesidad. El último informe de Unicef sitúa a España como el país de la UE con mayor tasa de pobreza infantil, hecho que no ha variado desde hace bastantes años. Como se suele decir, “no sólo es un crimen, es además un error”: según la OCDE, la falta de inversión en la infancia resta, en promedio, a los países desarrollados un 1,6% de PIB anual. En el caso de España, un 2,6%.

La forma más cómoda de ayuda que ponen en marcha las Administraciones españolas es la reducción de impuestos. ¿A quién ayuda esta forma? Como mostraba el periódico Cinco Días las rentas altas ahorran el triple que las bajas con la reducción del IVA a frutas y verduras. Y esto es sólo un ejemplo.

¿Llega la ayuda?

La proliferación de programas de ayuda de muy diverso tipo, anunciados a bombo y platillo, se quedan en el mejor de los casos a mitad de camino. Otra vez el periódico Cinco Días pone el dedo en la llaga: “El plan de rescate para hipotecados en apuros apenas suma 12.000 peticiones en sus primeros seis meses”. Pero la ministra Calviño había proclamado que se beneficiaría a un millón de hogares…

En otro reciente informe de la Fundación Civio se recoge: “La ejecución presupuestaria, lo que al final se acaba repartiendo, muestra que prestaciones como el IMV, el bono social, el bono cultural o el cheque de 200 euros para personas con bajos ingresos se quedan, en el mejor de los casos, a medias”.

¿Cómo es posible?

Hay dos factores que hunden el impacto de los programas de ayudas. En primer lugar parece que la preocupación está en el postureo del titular periodístico y no en la ejecución real de las ayudas. La carga burocrática que se echa sobre los posibles beneficiarios hace el resto, de lo que también se han quejado recientemente los agricultores. Y si no hay transparencia…

El próximo post dentro de dos martes, el 5 marzo 2024

Tractores a las puertas: ¿son de extrema derecha?

En las últimas semanas y durante estos días se están sucediendo tractoradas que bloquean carreteras y autopistas a lo largo y ancho de Europa: los agricultores de Francia, Alemania, Bélgica, España, Italia, Hungría, Polonia, etc. -incluso con ecos fuera de la Unión Europea (UE)– se han echado a la carretera para manifestar su descontento.

No es un fenómeno nuevo. Ya a mediados de diciembre los agricultores alemanes invadieron Berlin en protesta por el fin de la subvención al diésel entre otras reivindicaciones. Pero algo parecido había ya sucedido en otoño de 2019 en Berlin, así como en Almería o París.

El por qué de las protestas

Los motivos son varios. He aquí algunos:

  • Se quejan de los acuerdos con terceros países, en particular con el Mercosur -acuerdo firmado en 2019 aunque todavía no refrendado- que invadiría la UE de productos del sector primario a precios sin competencia para los costes y requisitos medio-ambientales que los agricultores europeos tienen que unilateralmente mantener. De eso mismo se quejan los agricultores españoles respecto a los de procedencia marroquí. En otros países de la UE ocurre algo similar respecto al loable apoyo a la importación de grano de Ucrania, pero con insuficiente ayuda para quienes colateralmente pueden salir perjudicados.
  • Los costes soportados han crecido de forma exponencial (piensos, fertilizantes y gasoil) mientras que los precios de venta soportan una presión a la baja en los mercados intermedios (industria alimentaria) y finales.
  • Las políticas en curso de lucha contra el cambio climático y la protección del medio ambiente producen efectos claramente desiguales según de qué sectores hablemos. Mientras que el postureo medio-ambiental (el greenwashing) se extiende cual “trending topic”, los programas de ayuda al sector primario brillan por su ausencia: ¿alguien sabe de algún tractor eléctrico o híbrido-enchufable?
  • Si a lo anterior se añade que la Política Agrícola Común (PAC) de la UE responde cada vez con mayor dificultad a los cambios socio-económicos derivados de las últimas crisis (2008, Covid, invasión de Ucrania), y las subvenciones destinadas al mundo rural se recortan debido a los déficits públicos, la tormenta perfecta está servida.

Los problemas de fondo

La realidad es que los gobiernos de los países occidentales, en particular de la UE, han entrado en la dinámica de la globalización, que perjudica a amplios sectores de sus propias sociedades empezando por el mundo rural. Pero mientras las grandes multinacionales tienen línea directa con esos gobiernos (véase por ejemplo los acuerdos secretos para la fabricación y compra de vacunas para el Covid), los agricultores deben usar otros medios para ser oídos.

La presión de la opinión pública en torno a las políticas medio-ambientales hace que las élites políticas, sólo interesadas en mantener o ganar el poder a corto plazo, se olviden de las cuestiones de fondo y del nuevo contrato social que el cambio climático está demandando. Y el primer perjudicado es nuevamente el sector agrícola de los países desarrollados.

Como señala la socióloga Natalia Mamonova, del Instituto Noruego para la Investigación Rural y Regional, en EurActiv “los agricultores se encuentran entre los que más sufren la crisis del capitalismo neoliberal globalizado” que los está encerrando en un círculo vicioso. El actual modelo de desarrollo económico “empujó a los agricultores a convertirse en empresarios capitalistas, estimulándolos a expandirse constantemente y producir más de lo que necesitan para poder responder a las necesidades del mercado, a invertir más y, finalmente, depender de los préstamos”.

Si a esto se la añade la presión para llevar a cabo una política “sostenible” y respetuosa con el medio ambiente la pinza se convierte en insoportable.

¿Son los agricultores de extrema derecha?

La respuesta es NO, aunque el delegado del Gobierno en Castilla y León se apresure a sugerirlo. Pero las cuestiones relativas a la amenazas provenientes del exterior o de los sectores afines al postureo medio-ambiental sean temas “queridos” por las formaciones de extrema derecha, como se analizaba hace tres años en una revista especializada. Si las formaciones políticas al uso no dan una respuesta a estas dignas demandas, sin duda otros ocuparán ese sitio.

El sentimiento de ser dejado atrás, de empezar a considerarse un extraño en su propia tierra es el sustrato socio-económico del populismo de extrema derecha. El éxito electoral de Donald Trump es un buen ejemplo de ello. Algo de esto también hemos visto recientemente en Cataluña.

Vías hacia la solución

La incomprensión mutua entre sectores de la población que se ven empujados hacia la polarización y la radicalización política, puede resultar un instrumento útil promovido por las élites políticas que sólo buscan mantenerse en el poder bien o acceder al mismo.

Mientras esos mismos sectores no sean los que busquen pos sí mismos el diálogo con “los otros”, más allá de la aritmética electoral-parlamentaria, estaremos todavía lejos de construir un nuevo contrato social, tal y como proponía Minouche Shafik en su reciente libro.

El próximo post dentro de dos martes, el 20 febrero 2024