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La paradoja de la pandemia
La fulminante extensión del coronavirus ha revelado que vivimos en un mundo globalizado, nos guste o no. Pero a la vez, ésta es la paradoja, estamos más separados que nunca unos de otros, no sólo físicamente confinados sino también y sobre todo fragmentados en nuestras sociedades nacionales, nuestras organizaciones supranacionales (Unión Europea) o mundiales.
Entre la Aldea global de la que nos hablaba hace más de medio siglo el sociólogo Marshall McLuhan y las acciones aisladas de los individuos, queda un vacío cada vez más profundo, desprovisto de relaciones Comunitarias Constructivas de Colaboración y Cooperación. Tomemos la situación española que estos días vivimos.
Valerosos gestos individuales…
Sé que la gente es solidaria y mantiene una gran empatía hacia sus semejantes, cuando cada tarde a las ocho oigo los aplausos desde centenares de ventanas y balcones expresando el apoyo al personal sanitario y de otro tipo que están en primera línea de la lucha contra el coronavirus. Tiene además el efecto positivo de reforzar nuestro sentimiento de pertenencia a un colectivo, de lo que ya nos hablaba el psicólogo Abraham Maslow, más allá de estrechas miras identitarias.
Sé que en nuestra sociedad hay imaginación e iniciativas con un gran potencial cuando me llegan centenares (literalmente) de videos, consejos y propuestas individuales para sobrellevar y superar los mil y un problemas que la pandemia nos plantea.
…pero hay que ir más allá del «entre todos lo superaremos». Sí pero ¿cómo?
Lo anterior es necesario… pero insuficiente. Las acciones corales, como los aplausos, y las iniciativas personales se quedan a medio camino de la Construcción Colectiva. Consiste en crear algo nuevo que cada uno individualmente no podríamos llevar a cabo. Hay que establecer nuevas relaciones basadas en valores compartidos, donde cada uno aporte su contribución diferencial a ese colectivo. Al ser más que la suma de las partes, podremos encontrar soluciones a problemas antes irresolubles. En una palabra, se trata de asociarse. Para el pensador y político francés Alexis de Tocqueville,
«Resulta evidente que si cada ciudadano, a medida que se va haciendo individualmente más débil y, por consiguiente, más incapaz de preservar por sí solo su libertad, no aprende el arte de unirse a sus semejantes para defenderla, la tiranía crecerá necesariamente con la igualdad.»
La democracia en América, vol. 2, parte 2, cap. 5
Sí, pero ¿el qué?
A los inicios del coronavirus en una comunidad de vecinos de mi barrio, con casi cien viviendas y un altísimo porcentaje de población «senior», se le propuso a su Presidente organizarse para mantener desinfectadas las zonas de uso común (portal, pasillos, botones), usar individualmente los ascensores, etc. La respuesta fue que «no era su misión». En contraste, algunas personas de ese mismo vecindario, en particular jóvenes (¿quién dijo que no eran solidarios?), se han ofrecido para ayudar a sus convecinos a la hora de hacer la compra, ir a la farmacia u otras tareas.
Estas pequeñas iniciativas de auto-organización, que ofrecen una simbiosis entre las habilidades y las aportaciones de cada uno nos harán ir más lejos y estar más unidos que nunca. Otros ejemplos podrían ser:
- organizarse para mantener canales de comunicación limpios de «fake news»
- apoyo empático a través de las redes sociales ¡o del simple teléfono!
- crear redes que mantengan el contacto de lo que antes hacíamos cara a cara: desde las actividades del centro de mayores hasta los clubs de lectura; por no hablar más que de las relacionadas con la población mayor, hoy más vulnerable y aislada
Más allá del asociacionismo identitario
Una última nota de advertencia. Tenemos tendencia, y en los últimos tiempos más que nunca, a asociarnos con quienes son «como nosotros» (por género, etnia, lengua, edad, origen social o territorial). Nos empobreceríamos personal y socialmente, perdiendo la oportunidad de incrementar lo que los sociólogos llaman «capital social«.
El asociacionismo identitario incrementa la polarización y las tensiones sociales, de las que por desgracia estamos «sobrados» en nuestro país.
La República de Weimar fue el régimen político de Alemania entre 1918 y 1933, es decir entre la hecatombe de la Primera Guerra Mundial y el advenimiento del nazismo. Una de las características más notables de ese periodo fue la floreciente vida asociativa. Pero, señalan Acemoglu y Robinson,
«todo esto sucedía de acuerdo con posiciones sectarias. Incluso en los pueblos pequeños las asociaciones estaban divididas entre las de los católicos, los nacionalistas, los comunistas y los socialdemócratas. Un joven con simpatías nacionalistas pertenecería a clubes nacionalistas, acudiría a una iglesia nacionalista y probablemente socializaría y se casaría en el interior de estos círculos nacionalistas»
El pasillo estrecho, p.503-4
El ascenso de los nazis se aprovechó de esta densa y polarizada sociedad civil (idem, n.357)
El próximo post dentro de dos martes, el 14 abril 2020